Llegamos al final de esta pequeña serie de posts, en los que hemos podido comprobar cómo a principios de los años treinta se pensó en el ejercicio de la medicina a distancia gracias a las posibilidades que ofrecían las nuevas tecnologías de entonces. Sin lugar a dudas debió haber otras experiencias que desconocemos.
Después de lo que hemos leído, la idea parece que surgió de la docencia de la medicina. No es lo mismo describir un sonido que se escucha a través de un fonendoscopio de forma individual, que hacerlo a través de una grabación o de algún dispositivo que lo amplifique y lo haga audible a un conjunto de personas. Los profesionales de la medicina nunca han sido reacios a la utilización de nuevas técnicas para la mejora de la enseñanza. Incluso en España se utilizaron con mucha frecuencia las proyecciones fijas desde principios del siglo XX para ilustrar casos clínicos. Tan pronto como fue posible se recurrió también a la película, primero muda y después sonora. Asimismo, los médicos vieron muy pronto (en otra ocasión nos ocuparemos de ello) la utilidad que podía tener la radio para divulgar conductas higiénicas y preventivas.
Queda claro que fue el doctor Montellano el que pensó en la nueva posibilidad de transmitir sonidos a gran distancia, y lo hizo con médicos españoles. Por esa época ambas medinas, la argentina y la española, se respetaban mucho y eran frecuentes los viajes de profesionales en ambas direcciones.
Cerramos la serie con dos artículos que hacen referencia a la segunda experiencia. Llaman la atención tres hechos. Primero, que el doctor Calandre desaparece de escena; no sabemos porqué. Segundo, la gran cantidad de médicos que acudieron al edificio de la Compañía Telefónica; unos dos cientos, entre los que se encontraban importantes figuras de la medicina de la época. Tercero, el fracaso de esta segunda transmisión por motivos que no están claros. Reproducimos la noticia que publicó El Imparcial y el artículo que apareció en la revista Nuevo Mundo, con varias ilustraciones.
Tampoco sabemos, de momento, si se repitieron las transmisiones o no, o si dejaron de ser noticia para la prensa.
La auscultación oceánica
[C.S.A. El Imparcial, domingo 13 de julio de 1930]
El viernes a las 9 de la noche (hora de Madrid) se verificaron unos ensayos de auscultación a distancia en el local del piso 13 del rascacielos de la Compañía Telefónica, en donde en largas mesas se habían colocado auriculares individuales para que los médicos invitados pudieran simultáneamente observar el experimento. La curiosidad despertada por las noticias publicadas de otra sesión anterior, hizo que se congregaran más de doscientos médicos entre los que se encontraban lo más destacado de la Medicina madrileña, siendo imposible citar nombres para no incurrir en omisiones lamentables.
Por especial deferencia del señor Berenguer, ingeniero de la casa; los doctores Jiménez Díaz, de la Facultad de Madrid; Tapia del Hospital del Rey; Cifuentes, decano de Benecencia general; e Hinojar, presidente del Colegio de Médicos. Con motivo de una tormenta que estaba sobro Griñón, donde está situada la receptoría de la Telefónica se esperó cerca de una hora hasta que se estableció la comunicación con Buenos Aires y empezó la experiencia con unas amables frases del doctor Montellano autor del procedimiento de transmisión. El señor Intendente Municipal de Buenos Aires pronunció un discurso de salutación y empezó la parte interesante de la sesión con la transmisión de los ruidos cardíacos de un corazón normal.
Si nos atuviéramos al resultado de la experiencia, diríamos que fue un fracaso porque no se percibió claramente ninguno de los tonos que caracterizan, según los latidos cardíacos porque a pesar de que la sintonía era perfecta, según frase de los técnicos había un ruido extraño que dominaba todo de un modo continuo y monotónico que impedía precisar lo que se oía; a que sea esto debido no lo sabemos. Sin embargo de esta decepción, son experimentos éstos que deben continuarse, pues, hay que tener en cuenta que la amplificación necesaria para la transmisión a tanta distancia enmascara toda la audición, ampliando los ruidos que se desea apreciar y los indeseables, y en un asunto como la auscultación cardíaca, tan precisa y tan localizada, es de una dificultad extraordinaria el eliminar los ruidos extraños.
De todos modos como experiencia de transmisión y curiosidad científica, podemos decir que fue un éxito.
El lunes continuará el experimento, siguen invitados cuantos médicos deseen asistir.
Merece plácemes por sus esfuerzos, el doctor Montellano, de Buenos Aires, con sus colaboradores y la Compañía Telefónica por el Trabajo empleado y sus deferencias con los médicos de Madrid.

El subdirector de la C. Telefónica, Jiménez Díaz, Pedro Cifuentes, Adolfo Hinojar, y Manuel Tapia (de izqu. a dcha).
Una transcendental curiosidad científica. Un experimento médico efectuado entre Madrid y Buenos Aires
[Rosa Arcienaga de Granda. Nuevo Mundo, Año XXXVII, número 1.904, 18 de julio de 1930]
En ese constante ir y venir del hombre hacia lo imposible -lucha tenaz de inteligencia contra las fuerzas ciegas de la Naturaleza-, cada día queda señalado un nuevo jalón, una nueva ruta que deja al descubierto amplios horizontes llenos de posibilidades para un porvenir más o menos lejano.
Fue primero el telégrafo sin hilos, maravilloso invento de Marconi, que anulando las distancias y salvando por igual las altitudes de los montes y las inmensas llanuras de los mares, ponía en estrecha comunicación al navegante perdido en medio del océano con sus semejantes.
Fue más tarde la ‘radio’ llevando toda clase de sonidos musicales de un extremo a otro del planeta.
Hoy es algo más. El hombre ha querido que este medio de comunicación sirva no sólo para establecer conversaciones particulares o comerciales, sino que sea un poderoso auxiliar de la Ciencia en su aspecto más noble y humano: la Medicina.
Y he aquí que en un amplio salón, situado en el piso trece del grandioso edificio de la Compañía Telefónica, se han congregado alrededor de doscientos doctores para, después de auscultar a través del microteléfono a varios enfermos del corazón en Buenos Aires, dar el diagnóstico en cada uno de los casos.
Bello cuento de hadas en el siglo pasado, aun para imaginaciones tan calenturientas como la de un Julio Verne, convertido hoy en realidad.
Alguien ha dicho que los adjetivos han perdido, si no su valor cualificativo, al menos el encomiástico, y creo que es verdad. Vuelos sensacionales, carreras inauditas de resistencia o velocidad, heroismos diarios, hacen pasar ya inadvertidas ciertas hazañas que años atrás habrían adquirido caracteres de gesta gloriosa. Otro tanto sucede con intinidad de experimentos científicos llevados a cabo en la soledad de los gabinetes del sabio.
Merezca el de hoy un humilde comentario por nuestra parte.
LA TRANSMISIÓN DEL RITMO CARDÍACO A DISTANCIA
El doctor Montellano, ilustre médico de Buenos Aires, inventó hace algún tiempo un aparato, mediante el cual sus alumnos podían percibir las pulsaciones del corazón, de una sala a otra de su clínica, con sólo aplicar a su oído un micrófono corriente (teléfono). Más tarde hizo experimentos a una mayor distancia, con feliz resultado, lo que le sugirió la idea de hacer pruebas con Europa. Naturalmente, fue a España a quien ofreció las primicias de su invento, y esta tarde, ante una gran concurrencia de médicos y algunos periodistas, empezaron los ensayos.
Sobre las mesas, que ocupaban totalmente el salón de la Compañía Telefónica, había distribuida una gran cantidad de micrófonos para ser utilizados por los asistentes, algunos de ellos doctores de tanto relieve como Juarros, Tolosa Latour, Nogueras, Verdés Montenegro, etc.
La mesa presidencial fué ocupada por el subdirector de la Compañía, señor Berenguer, y los médicos Jiménez Díaz, catedrático de Patología de la Facultad de Medicina; Pedro Cifuentes, decano de la Beneficencia general; Adolfo Hinojar, presidente del Colegio de Médicos, y Manuel Tapia, director del Hospital del Rey. Alguien, al ver á los circunstantes sobre las mesas en un ademán de profunda atención, dejó escapar la especie de que ‘aquéllo’ parecía una sesión de esperitismo. Y, en efecto, algo de sobrenatural y misterioso tenía este experimento médico realizado a varios millares de kilómetros de distancia.
Una señal de atención, y en seguida estamos al habla con el doctor Montellano, en Buenos Aires. Saluda éste a los médicos españoles. Su voz resulta clara, potente, limpia. Verdaderamente hay que recurrir a un esfuerzo mental para suponer que esta voz parte del otro lado del Atlántico, desde una clínica situada en las afueras de la bella ciudad del Plata. Tras un breve saludo, el doctor Montellano cede la palabra al intendente municipal de Buenos Aires, señor Cantila, quien en elocuentes frases encomia la labor de los médicos españoles, cuyos profundos conocimientos y experiencia aguardan -dice- con el mismo santo interés con que reciben todo lo que llega de la Madre Patria.
Y a continuación empieza el experimento. A través de nuestros auriculares seguimos la conversación de los doctores Jiménez Díaz y Montellano. Éste nos anuncia que va a colocar ante el micrófono un caso anormal, para que después de oídas las palpitaciones cardíacas, los doctores de acá dictaminen sobre su enfermedad.
Pero la audición no resulta perfecta. Conjuntamente con los latidos se percibe un ruido constante, una especie de fragor de tormenta o de torrente caudaloso de aguas que impide seguir el ritmo de la pulsación.
El doctor Jiménez Díaz se lo comunica así, y colocan varios enfermos más, obteniendo el mismo resultado negativo.
La impresión general es de que el ruido se produce por la respiración, o tal vez por la circulación de la sangre, inconveniente difícil de obviar, ya que el micrófono colocado en el pecho del enfermo aumentará por igual todos los ruidos.
En un momento en que, a petición del doctor Jiménez Díaz, hacen abstenerse de respirar al paciente, la audición del ritmo cardíaco parece más perfecta; pero el ruido de fragor de torrente no se consigue eliminar.
Tras varias tentativas más, el experimento sigue sin dar resultados positivos, por lo que se suspende la sesión, después de haber devuelto afectuosamente el saludo el presidente de Colegio de Médicos de Madrid, doctor Hinojar.
LA IMPRESIÓN DEL DOCTOR JIMÉNEZ DÍAZ
Aprovecho un instante, terminada la sesión, para hacer algunas preguntas al catedrático señor Jiménez Díaz:
—¿Qué tal ha oído usted, doctor?
—Francamente, mal, y así me he visto en la necesidad de decírselo al señor Montellano. En estas cuestiones no se puede, como en otras muchas, decir simplemente por cortesía una cosa por otra. Ciertamente, que en algunos instantes me parecía percibir algo rítmico, que podían ser los ruidos del corazón; pero ese fragor adventicio me desorientaba por completo.
—¿Usted cree que se podrá perfeccionar ese invento hasta obtener una audición perfecta?
—Desde luego; eso se conseguirá, en cuanto se logre aislar los demás ruidos, el de la respiración, por lo menos, que, a mi juicio, era el que nos impedía oír.
—Y en ese caso, ¿se podrá diagnosticar á una distanciaa de miles de kilómetros, como la que nos separa de la Argentina?
—Es posible que sí. Pero el objeto de este invento, no siendo como una curiosidad científica creo que será casi nulo, porque un diagnóstico verdadero sólo viendo al enfermo puede darse.
—¡Según eso…?
—Yo miro esto como un pequeño paso, un ensayo de algo más grande que un día, indudablemente, habrá de hacerse, y a lo que el ilustre doctor Montellano ha empezado a contribuir desde este instante con su aparato retransmisor de los ruidos del corazón.
Ésta también parecía la opinión de los demás doctores, que formando corrillos comentaban el resultado negativo de la experiencia y la nuestra de simples periodistas y observadores,
Y como periodistas también, profanos en Medicina, nos atrevemos a brindar una idea al señor Jiménez Díaz para una próxima experiencia; ¿No se podría determinar si el fragor que dificultaba la audición era producido por la respiración o circulación de la sangre, indicando al doctor Montellano que colocara ante el micrófono un reloj para ver si el tic-tac de éste era limpio, como debe serlo el del corazón?

El resto de los médicos que siguieron el acontecimiento desde la sala de audiciones. Foto de Cortés
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