Rafael Martínez Molina y el Instituto Biológico

Insertamos en este blog el guión del vídeo que se subió al Canal de Youtube «Medicina, historia y sociedad» hace unas semanas, dedicado a Rafael Martínez Molina (1816-1888).

Damos comienzo a la cuarta temporada después de una larga interrupción por causas que no vienen al caso.

Hoy vamos a conocer al cirujano Rafael Martínez Molina que tiene una placa dedicada en la calle Atocha de Madrid, nº 105, casi enfrente de lo que fue Colegio de San Carlos donde estudió y fue profesor. Se realizó y colocó allí por iniciativa de amigos y admiradores el 17 de noviembre de 1901. Pertenece a la generación de anatomistas de principios del siglo XIX que destacaron en la segunda mitad de la centuria. Cajal dijo de él que era un hombre sabio, recto, austero y concienzudo.

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La lápida consiste en un busto de su figura y una aglomeración alrededor de emblemas alegóricos a la medicina, y en las partes laterales relieves de Minerva y de Esculapio, obra del escultor Enrique Arévalo.

Rafael Martínez Molina procedía de una familia humilde. Su madre se llamaba Alfonsa Molina y su padre, de profesión barbero-sangrador, Francisco Martínez. Nació en Jaén en 1816 donde realizó los primeros estudios en la Escuela de Latinidad de San Andrés, y después Dialéctica, Ontología y Matemáticas en el Convento de los Franciscanos.

En la Universidad de Granada obtuvo el grado de bachiller en Filosofía en 1836. En principio iba a seguir la carrera eclesiástica pero realizó los cursos de Física experimental y Química, necesarios para realizar el primer curso de Medicina, en esa ciudad.

Se trasladó después a Madrid donde ingresó en la Escuela de San Carlos convertida ya en Facultad de Medicina de la Universidad Central. Estuvo especialmente influido por Juan Fourquet Muñoz y Pedro González de Velasco, verdaderos entusiastas de los estudios morfológicos. Desde muy temprano mejoró sus conocimientos enseñando a sus compañeros.

Fue alumno interno y ayudante disector por oposición desde 1841. Obtuvo el grado de bachiller en Medicina en 1844 y la licenciatura en 1846; poco después el de doctor, pero siguió estudiando disciplinas como griego, química, botánica, mineralogía y zoología de forma especial en el Colegio de San Fernando, Museo de Ciencias Naturales y en el Jardín Botánico de Madrid.

En 1847 consiguió el puesto de regente de 2ª clase de Botánica. En 1853 obtuvo el doctorado en Ciencias Naturales con el trabajo El hombre considerado en sus relaciones y bajo la influencia de los agentes naturales.

Cuando jubilaron a Diego de Argumosa en 1854 por motivos políticos, fue nombrado catedrático sustituto permanente. Ese mismo año ingresó en la Academia de Medicina de Madrid. En San Carlos desempeñó varios puestos hasta convertirse en 1857 en catedrático supernumerario de Anatomía general y descriptiva, primero y segundo cursos, que había ocupado Juan Fourquet.

Profesionalmente tuvo actividad en varias clínicas y en el Hospital San Jerónimo, donde por su implicación en la epidemia de cólera, fue nombrado médico-cirujano honorario de la Casa Real en 1856.

Como cirujano ganó mucho dinero, que dedicó en parte a crear el Instituto Biológico en su domicilio. Era privado y gratuito. Contó con un laboratorio de química, un gabinete de histología, una buena biblioteca, una colección de materia médica, etc. Su objetivo fue complementar la limitada enseñanza oficial de las ciencias médicas básicas y estimular a sus discípulos a que investigaran.

Este Instituto convivió con otras “escuelas libres” creadas durante los años revolucionarios: La Escuela Práctica de Medicina y Cirugía que funcionó en el Museo Antropológico de González de Velasco; El Laboratorio, en Barcelona; o la Facultad de libre de Farmacia, en Valencia. Recordemos que la revolución democrática de 1868 permitió que la actividad científica española se desarrollara en libertad.

El Instituto Biológico se convirtió en un activo núcleo de cultivadores de los métodos experimentales aplicados a la medicina y a las ciencias biológicas. Allí trabajaron personajes como Luis Simarro, Julián Calleja, Ángel Pulido, Ángel Larra y Cerezo,  y Manuel Tolosa Latour, entre otros.

Molina se interesó de forma especial por la histología normal y patológica. Fue autor de uno de los primeros trabajos de este tipo salidos del ambiente madrileño, un estudio micrográfico de un cáncer de mama operado por Fourquet. También tradujo en 1863 la segunda edición del manual de anatomía microscópica de Etienne van Kempen, discípulo de Theodor Schwann.

Fue partidario de las ideas histológicas de Charles Robin, lo que se evidencia en una revisión de saberes morfológicos que publicó en 1867: La Anatomía, sus progresos y aplicaciones.

Influyó en la creación de la primera cátedra de Histología en 1873 que ocupó Aureliano Maestre de San Juan.

Cultivó también la antropología física. Su tesis y su discurso El antropologísmo está relacionado con todas las ciencias y debe intervenir en la evolución práctica y racional de los conocimientos humanos (1878), son buen ejemplo de ello. En este último, además, se muestra partidario del espiritualismo frente a las ideas darwinistas.

En el afán de modernizar la medicina española tradujo también el Tratado de anatomía descriptiva de M.F. Constant Sappey (1874) y los de cirugía de Alphonse F.M. Guerin (1875) y Auguste Nélaton (1876).

En el discurso inaugural de las sesiones de la Academia de 1867 desarrolló el tema de “La Anatomía”, que divide en 5 partes: primera, progresos recientes; la segunda a la anatomía patológica; la tercera a las relaciones entre la embriogenia, la anatomía comparada y la teratología; la cuarta a la anatomía topográfica y quirúrgica; y en la quinta formula unas leyes (código anatómico) como conclusión de su trabajo.

Publicó varios trabajos en El Siglo Médico. Merecen ser destacados los dedicados a la teratología y los consagrados a exponer casos quirúrgicos.

También desarrolló entre sus discípulos la afición a cultivar las especialidades destacando su importancia en 1863 en su discurso  “Importancia de las llamadas especialidades” publicado en los Anales de la Academia Nacional de Medicina.

Martínez Molina renunció en 1882 a la cátedra de Anatomía pero siguió siendo médico director de un asilo de huérfanos. Pidió la jubilación al entonces decano Juan Magaz. Éste y sus colegas le solicitaron que siguiera. Él contestó que la resolución estaba tomada “mucho tiempo atrás y que es tan irrevocable como imperiosa la causa que la motiva. No me aleja de la Escuela más que la edad, la cual no me permite cumplir mis deberes sino con cierta violencia y deterioro de mi salud”.

Finalmente se trasladó a Jaén en 1885 donde falleció de una afección brocopulmonar en 1888. Dejó instituidos varios premios (en la Facultad de Medicina, en la Real Academia de Medicina, en la Sociedad Económica de Amigos del País) y dispuso en su testamento la creación de una escuela de primera enseñanza en su ciudad natal.

Allí tiene dedicada una calle, la que va desde la plaza de la Audiencia a la plaza de Santa Luisa de Marillac.

Suscríbete al canal, añade comentarios y nos vemos en el próximo vídeo.

Bibliografía

Granjel, L.S. (1962). Historia de la Medicina Española, Barcelona, Sayma.

López Piñero, J.M. (1983). Martínez Molina, Rafael. En Diccionario Histórico de la Ciencia Moderna en España. Barcelona, Editorial Península, vol. 2, págs. 36-38.

Palma Rodríguez, F. (1968). Vida y obra del doctor Martínez Molina, Salamanca, Universidad de Salamanca-Ediciones del Seminario de Historia de la Medicina Española.

Pulido Fernández, Á. (1883). De la medicina y los médicos (mosaico de discursos, artículos, correspondencias, semblanzas, pensamientos…). Valencia, P. Aguilar.

Rincón González, M.D. (sa). Rafael Martínez Molina. En: Diccionario Biográfico Español. Disponible en https://dbe.rah.es/biografias/18187/rafael-martinez-molina, consultado el 12 de septiembre de 2022.

Ramón y Cajal, S. (1954). Mi infancia y juventud. Recuerdos de mi vida. Madrid, Aguilar.

Tolosa Latour, M. et al., (1901). Homenaje a la memoria del Dr. Martínez Molina, Madrid, Imprenta de la A. Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús.

Rafael Mollá Rodrigo y la urología

En el Canal de Youtube «Medicina, historia y sociedad» incluimos ayer un nuevo vídeo dedicado a Rafael Martínez Molina. Como es habitual, cuando se sube un nuevo vídeo, insertamos en el blog el guión del anterior, es decir, el que dedicamos al Dr. Mollá Rodrigo: «Rafael Mollá Rodrigo y la urología»:

«Hoy presentaremos una síntesis de la vida y obra de Rafael Mollá Rodrigo, al que se considera como uno de los que más contribuyó al desarrollo de la urología en España y a la creación de la especialidad. Su actividad se desarrolló principalmente en Valencia y en Madrid.

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Rafael Mollá Rodrigo nació en Vinalesa (Valencia) en 1862. Ingresó en la Facultad de Medicina de Valencia donde obtuvo la licenciatura en 1888. Se formó durante la etapa más brillante de la corriente experimentalista que se suele conocer como “Edad de plata de la Medicina valenciana”.

En 1889 ganó una plaza (el número uno) del Cuerpo de Sanidad Militar. Fue destinado al Hospital Militar de Madrid como médico segundo.

Mientras estuvo en la capital recibió enseñanzas de Enrique Suender y Rodríguez (1829-1897) y de Alfredo Rodríguez Viforcos (1854-1903). También estableció contacto con los cirujanos Rubio, Ribera, Isla, Cervera y otros, asistiendo a sus intervenciones hasta mediados de 1892.

Se doctoró en la Universidad Central en 1890 con la tesis Tallas y litotricias (Juicio crítico). Según Cánovas Ivorra fue este trabajo el que despertó su vocación por la Urología. Para Mollá el único tratamiento racional de los cálculos era el quirúrgico, que se reducía a dos métodos: la talla, con sus variantes hipogástrica y perineal, y la litotricia, lenta o rápida.

En 1891 fue destinado al Hospital Militar de Valencia y al año siguiente a Filipinas, que logró eludir alegando incapacidad física. En 1892 ganó la cátedra de Patología Quirúrgica de La Habana donde permaneció durante dos años y tuvo ocasión de conocer de cerca la cirugía norteamericana. Regresó a la Península en abril de 1894 pero rechazó los destinos militares que se le ofrecieron por problemas de salud. Obtuvo la licencia absoluta ese mismo año.

En Valencia en 1894 publicó Resumen práctico de diagnóstico y terapéutica médico-quirúrgica de las afecciones de las vías urinarias, obra con la que, según Luis Sánchez Granjel, se inicia una nueva fase en la literatura urológica española. Trata este texto de ser un compendio con los principios fundamentales del diagnóstico y tratamiento. Según Aguilar Bultó el contenido muestra la excelente formación de Mollá en ciencias básicas, sus buenos conocimientos teóricos y prácticos sobre la materia expuesta, y su experiencia.

En 1895 ganó por traslado la cátedra de Clínica Quirúrgica de la Universidad de Granada y Hospital de San Juan de Dios. Después de una breve estancia en la de Zaragoza, la permutó en 1896 por la de Anatomía descriptiva de la Universidad de Valencia. Por concurso pasó en 1901 a la de Anatomía topográfica de la misma Universidad y, por acumulación, en 1906, a la de Clínica Quirúrgica y Operaciones tras fallecer su titular Pascual Garín Salvador.

En 1903 se celebró en Madrid el XIV Congreso internacional de Medicina en el que Mollá fue elegido presidente de honor de la sección de Urología. En el mismo presentó una ponencia conjunta con el célebre urólogo Joaquín Albarrán Domínguez (1860-1912)

En Valencia consiguió cadáveres para la enseñanza práctica y publicó la Memoria de los trabajos realizados durante el curso de 1906 a 1907 en la Cátedra de Anatomía Topográfica y Operaciones (1907). En colaboración con Vicente Arau creó en 1902 el Instituto Operatorio Santa Rosa, dedicado a la cirugía general y genito-urinaria. Difundió la casuística clínica de este centro en la Revista del Instituto Operatorio de Valencia. También fundó la Revista de Cirugía operatoria y genitourinaria en 1903 que pervivió durante tres años.

En 1903 fue nombrado candidato de la Unión Republicana para la elección de concejales por el distrito Teatro. Salió elegido junto con José Sanchis Bergón que se presentaba como canalejista. En 1904 estuvo afectado por un “ántrax” del que fue operado por su colega Enrique López Sancho.

En Valencia Mollá perteneció, como muchos médicos y farmacéuticos de la época, al Instituto Médico Valenciano.

En los primeros años del siglo XX en Madrid hubo tres cátedras de Patología Quirúrgica. La primera es la que desempeñó Rafael Mollá Rodrigo desde 1911.

En 1911 Mollá inició su curso de Patología quirúrgica en Madrid en el que, por supuesto, los temas urológicos cobraron especial importancia. Ese mismo año se creó la Asociación Española de Urología. En el segundo congreso de la misma, celebrado en mayo de 1912, fue nombrado vicepresidente, y en el tercero, que tuvo lugar en 1914, presidente.

En la capital tuvo un sanatorio de urología en la carretera al Hipódromo, en Chamartín donde llegó a dar clases de la especialidad.

En 1911 fue delegado del Ministerio de Instrucción Pública en el II Congreso organizado por la Asociación Internacional de Urología que se celebró en Londres.

Mollá institucionalizó las sesiones científicas que se celebraron con regularidad hasta la guerra civil. En las mismas se presentaban a discusión casos clínicos. En 1914 fundó también la Revista Clínica de Urología y Cirugía Génito-urinaria que recogía los mejores trabajos nacionales sobre el tema. Su publicación se interrumpió dos años después.

En el año 1913 publicó Lecciones clínicas de Urología de la que se hizo una segunda edición ampliada en 1921.

En 1915 ingresó en la Academia Nacional de Medicina con el discurso “Evolución histórica de la cirugía de la vejiga y su estado actual”.

En 1918 fue designado director médico de la misión médica española al frente francés para el estudio de la Cirugía de guerra. Sus impresiones al respecto las publicó en la revista Policlínica (noviembre-diciembre de 1918).

La revista España Médica publicó una entrevista a Mollá cuando regresó. La iniciativa del viaje fue del Ministerio de Instrucción pública y el claustro de la Facultad de Medicina de Madrid eligió a Mollá para dirigirlo y planificarlo. El grupo visitó Vichy, Lyon, París y Burdeos. Según Mollá lo más interesante fue el conjunto de talleres para la reeducación funcional de inútiles totales de guerra, en los que los afectados podían aprender oficios para reintegrarse en la sociedad.

En París estuvieron en los hospitales militarizados, en el Hospital español, Hospital Rotschild, Instituto Pasteur y Val-de- Gracê, especializado en todo lo relacionado con la medicina de guerra. Tambien visitaron varios hospitales del frente, uno de cada tipo: de triaje o clasificación, otro permanente, el de Carrel (tratamiento exclusivo de las heridas de guerra con el líquido de Daquin-Carrel), para quemados, para colonos (agrupados según religión y costumbres) y el Hospital canadiense como ejemplo de organización militar sanitaria con todo tipo de adelantos. Tuvieron la oportunidad de conocer a Alexis Carrel, quien les dedicó una conferencia.

En enero de 1925 Mollá viajó a Valencia porque su pueblo natal le ofreció un homenaje. Aprovechó para impartir conferencias y reunirse con sus colegas de promoción y sus amigos. El día 15 dio una conferencia en el Instituto Médico Valenciano sobre los “Factores del pronóstico operatorio en las prostatectomías”. El día 18 el Instituto le ofreció a Mollá un banquete en el Ideal Room.

Mollá publicó muchos trabajos en la Revista de Sanidad Militar, La Crónica Médica, Policlínica, Revista Valenciana de Ciencias Médicas, Revista de Higiene y Tuberculosis, Anales de la Real Academia de Medicina, Journal d’Urologie, Los Progresos de la Clínica, y El Siglo Médico, entre otras. Colaboró en la Revista Española de Urología y Dermatología. También fue nombrado miembro del Consejo de Instrucción Pública.

Falleció en Madrid en 7 de marzo de 1930 a la edad de 68 años. La Asociación Española de Urología lo nombró en 1945 presidente honorario y la Fundación para la Investigación en Urología asignó su nombre al premio de Investigación Clínica en Urología que se instauró en 1996.

Bibliografía
Cánovas Iborra, J.A. et al (2005). La constitución de la urología como especialidad en Valencia (1888-1960). Valencia, Tesis (Servei de Publicacions UV).

Granjel, L.S. (1986). La Medicina española contemporánea. Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca.

Mollá Rodrigo, R. (1923). Tratado de todas las enfermedades de los riñones, vejiga, y carnosidades de la verga, y urina del Dr. Francisco Díaz con un estudio preliminar acerca del autor y sus obras. 2 vols. Madrid, Imprenta de Cosano.

Mollá Rodrigo, R. (1928). Discurso leído en la solemne inauguración del curso académico de 1928-29. Madrid, Imprenta Colonial.

Mollá Rodrigo, R. (1892). Tesis de doctorado. Tallas y litroticias. Juicio crítico. Valencia, Imprenta de Manuel Alufre.

Mollá Rodrigo, R. (1894). Resumen práctico de diagnóstico. Terapéutica médico-quirúrgica de las afecciones de las vías urinarias. Valencia, Librería de Pascual Aguilar.

Monumento a Tolosa Latour

Como esta semana hemos subido un nuevo vídeo al Canal de Youtube Medicina, historia y sociedad, vamos a incluir en esta entrada el guión del anterior, que estuvo dedicado al médico Manuel Tolosa Latour (1857-1919).

«Este grupo escultórico se inauguró el 12 de noviembre de 1925. Su autor es José Ortells, de Villarreal, Castellón. Está situado en el Parque del Retiro, casi frente al conocido monumento a El Ángel caído y al lado de la Rosaleda. Realizado en piedra y bronce, el pedestal está formado por una base cruciforme inscrita en un cuadrado sobre la que se eleva un prisma cuadrangular en cuyo frente se lee la inscripción: Tolosa Latour; en el lateral izquierdo: Ley de Protección a la Infancia 12 de agosto de 1904. Sanatorio del Santa Clara (Chipiona) 12 de octubre 1892; y en el derecho: Al Excmo. D. Manuel de Tolosa Latour. Nació el 8 de agosto 1857. Murió el 12 de junio de 1919. Patricio insigne y médico abnegado, protector de la madre y el niño.

Sobre el pedestal se sitúa un sencillo busto en piedra que representa a Tolosa Latour y, frente a él, un grupo de bronce que representa a una joven madre, ataviada con una túnica y con un manto de corte clasicista, que sostiene y acerca hacia el médico a su pequeño hijo, simbolizando La Gratitud.

Al acto acudió numeroso público de Madrid y puede verse a su amigo Ángel Pulido leyendo unas cuartillas. Se ganó el sobrenombre de “apóstol del niño”.

A finales del siglo XIX la gran mortalidad infantil y la desprotección social del niño en España se convirtieron en el llamado «problema de la infancia». La situación social, económica y política hacían que esta situación se arrastrara durante décadas. Mientras en otros países se hablaba de reformismo social aquí se trataba de solucionar estos problemas con la caridad y la beneficencia.

La biografía
Tolosa Latour nació en Madrid en 1857. Era hijo de un médico sevillano y de una institutriz. Estudió bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros, de Madrid. Se matriculó después en la Facultad de Medicina donde estuvo muy influido por el gran cirujano Rafael Martínez Molina (fundador del Instituto Biológico). Se licenció en 1878.

Obtuvo el doctorado con la tesis Bases científicas a que debe ajustarse la educación física, moral y sentimental de los niños que después se convirtió en libro y que desvelaba la que sería su actividad posterior así como la de su esposa y entorno familiar y social.

Actividad como escritor y traductor
Fue traductor minucioso de obras médicas.

Ayudó a fundar y publicó en Archivos de Ginecología y Enfermedades de la InfanciaEl Hospital de Niños y La Madre y el Niño.

Redactó la cartilla Instrucciones populares para evitar la propagación y estragos de la difteria, que fue premiada por la Sociedad Española de Higiene en 1886. Llegó a ser tan popular que fue traducida a otros idiomas.

Escribió también en periódicos generales sobre temas diversos. Se casó con la conocida actriz Elisa Mendoza Tenorio y tuvo gran amistad con Benito Pérez Galdós.

Actividad institucional
Fue cofundador de sociedades científicas como la de Terapéutica, Higiene, Ginecología y Fisiología, y Pediatría. Presidió la Sociedad Frenopática Española en 1882. Quizás en la que desarrolló más actividad fue en la de Pediatría, que llegó a presidir.

Elegido miembro de número de la Real Academia Nacional de Medicina en 1899, pronunció su discurso de ingreso en 1900: Concepto y fines de la higiene popular.

También fue miembro de la Academia Médico-quirúrgica y socio del Ateneo (sección de Ciencias naturales).

Perteneció a la Sociedad de Biología de París y a las de Higiene y de Medicina Pública e Higiene Profesional francesas.

Representó a España en los congresos internacionales de Protección a la Infancia de París (1883), Amberes (1890) y Ginebra (1896).  Aquí mostró su preocupación por los niños que entonces llamaban “anormales” o “incorregibles” tratando de estudiar las razones médicas y biológicas que justificaran estos comportamientos y poder tratarlos. Llamó la atención asimismo de las causas sociales de los comportamientos antisociales de estos niños.

También participó en el Congreso Internacional Pedagógico (Madrid, 1892), Congreso internacional de Educación familiar (Bruselas, 1910) y el Congreso Internacional de Higiene Escolar (París, 1910).

Actividad asistencial
Ejerció como pediatra en el entonces recién creado Hospital del Niño Jesús. Por desavenencia con la duquesa que lo creó fue separado del servicio cinco años después. Dirigió el Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús. Organizó una enfermería con 200 camas. Aquí fue uno de los primeros lugares de España donde se pusieron en marcha en España los estudios de antropometría pedagógica. Fue uno de los pioneros en la formación en España de la Pediatría.

Cofundador de la primera gota de leche de Madrid junto con Rafael Ulecia y Cardona siguiendo el modelo francés. Impulsó los sanatorios y hospicios marinos y de montaña para combatir el escrofulismo y el raquitismo en la infancia. El de Trillo (Guadalajara) fue uno de los que funcionó bajo el amparo de la Sociedad Protectora de Niños.

El más genuinamente suyo fue el de Santa Clara (Chipiona), creado en 1892, que costeó a sus expensas y las de sus amigos (por ejemplo Pérez Galdós contribuyó con los beneficios de la publicación de su obra El Abuelo) y que fue una de las primeras empresas de este tipo llevadas a cabo en España.

Tuvo consulta privada que finalmente dejó en manos de su hermano Rafael, que también fue pediatra y médico del Instituto Municipal de Puericultura de Madrid (1923).

Actividad higienista y social
Tolosa perteneció al grupo de reformistas sociales que se plantearon la misión dirigida a tutelar y proteger al niño desamparado, por un lado, y a educar y corregir al niño delincuente, por otro.

Quizás su contribución más importante fue la Ley de Protección a la Infancia, conocida también como Ley Tolosa Latour, promulgada en 1904. El Reglamento tardó tiempo en realizarse y la ley entró en vigor mucho después de promulgada. Vigente hasta 1941.

Creó el Consejo Superior de Protección a la Infancia y Represión de la Mendicidad, actuando varios años de secretario de la institución. Creó el boletín: Pro Infantia. Boletín del Consejo Superior de Protección a la Infancia y Represión de la Mendicidad, órgano de expresión de sus puntos de vista sobre este terreno y a la que dedicó sus esfuerzos hasta que falleció.

También fue director general del primer Servicio de inspección Médico Escolar, vocal del Consejo de Sanidad y del Patronato de Sordomudos y Ciegos,

Méritos
Aparte de los mencionados, le fue concedida la Gran Cruz de la Beneficencia (1912);  la Gran Cruz de Isabel la Católica desde 1915;  la Cruz de Carlos III; y la Encomienda de Cristo de Portugal. Oficial de la Legión de Honor francesa.

Murió el 12 de junio de 1919.

Bibliografía
–Ballester, R. (sf). Tolosa Latour, Manuel. Diccionario Biográfico Español. Disponible en: https://dbe.rah.es/biografias/8754/manuel-tolosa-latour, consultado el 10 de enero de 2022.
–Ballester Añón R.; Balaguer Perigüell, E. (1995). La infancia como valor y como problema en las luchas sanitarias de principios de siglo en España. Dynamis Acta Hisp Ad Med Sci Hist Illus, vol.15, pp. 177-192.
López Piñero, J.M.; Brines Solanes, J. (2009). Historia de la Pediatría. Valencia, Ed. Albatros.
–Manuel Tolosa Latour. Casino de Madrid. Socios del Casino: Esculturas y Homenajes. Disponible en:  Consultado el 10 de enero de 2022.
–Rodríguez-Ocaña, E. (2003). La salud infantil, asunto ejemplar en la historiografía contemporánea. Dynamis Acta Hisp Ad Med Sci Hist Illus, vol. 23, pp. 27-36.
–Rodríguez Pérez J.F. (2014). Manuel Tolosa Latour (1857-1919) y Elisa Mendoza Tenorio (1856-1929): precursores de la protección a la infancia en España. El futuro del pasado, vol. 5, pp. 355-378.
–Zafra Anta, M.A.; Gorrotxategi Gorrotxategi, P.; Girón Vallejo, O.; Medino Muñoz, J.; García Barba, S.; García Nieto, V.M. (2020). En el centenario del fallecimiento de Manuel Tolosa Latour, pionero de la pediatría higiénico-social y divulgativa. Contribuciones a la incorporación de la mujer en el espacio público español de principio del siglo XX. Acta Pediátrica, vol. 78, nº 1-2, pp. 20-27-
–Zafra Anta M.A.; García Nieto, V.M. (2015). Historia de la pediatría en España. Pediatr Integral, vol. , 19, nº4, pp. 243-250. Disponible en: http://www.pediatriaintegral.es/wp-content/uploads/2015/ xix04/01/n4-235-242_20anivers-PI.pdf

Homenaje a Federico Rubio y Galí (1906)

Hace unas semanas añadimos al canal Medicina, historia y sociedad, de Youtube, un vídeo sobre la inauguración del monumento a Federico Rubio, en Madrid, en 1906.

Como solemos hacer después de haber «subido» un nuevo vídeo al canal, ofrecemos ahora su transcripción:

Introducción
El Heraldo de Madrid del jueves 13 de diciembre de 1906 llevaba en su portada la crónica de la inauguración de un monumento:

Desde hoy podrá admirar el público de la capital un monumento del ilustre artista Miguel Blay. ¡Ya era hora!… Es la primera obra del laureado escultor admitida para el ornato de las vías públicas madrileñas, donde con frecuencia tropieza el paseante con cualquier Espartero ó marqués del Duero propios para destruir toda idea artística de buen gusto y también para partir los más empedernidos corazones. Se impone una revisión de estatuas, ¡oh, popular alcalde!, y lanzar muchas de ellas á la región de las tinieblas, en cualquier covacha, ó mejor aún en cualquier fundición, donde, perezcan á fuego… Pero esta revisión, á la que me permitiré aportar algunas indicaciones, queda para otro día y ocasión oportuna.

Se refería en esta ocasión para bien, a la escultura del cirujano Federico Rubio y Gali.

Decía Laín en el prólogo que hizo para una reedición de una obra de Rubio que, pese al puesto que ocupa este nombre en la epigrafía urbana, si alguien preguntase por su vida y su obra a un centenar de españoles cultos, no sabía cuántos darían respuesta satisfactoria. Y, sin embargo, –añadía– Rubio ha sido el médico más importante de todo nuestro siglo XIX a excepción de Cajal a quien considera investigador de ciencias básicas.

Hoy es posiblemente un personaje olvidado pero en su época y durante buena parte del siglo XX fue quizás magnificado.

Bueno, esto nos obliga a trasladarnos a Madrid.

Ante el monumento en el Parque del Oeste
… Uno de los más distinguidos monumentos de finales del siglo XIX es el que se levantó en honor al médico y político Federico Rubio y Galí, nacido en el Puerto de Santa María, Cádiz, el 30 de agosto de 1827 y fallecido en Madrid el día 31 de agosto de 1902.

Fue inaugurado en 1906 en el madrileño paseo “Parque del Oeste” donde hay varias decenas de esculturas. Fue este el primer parque que se creó en Madrid. Se abrió al público en 1905. Se sitúa entre el barrio de Argüelles y la estación de Príncipe Pío.

Su autor fue el escultor Miguel Blay y Fábregas nacido en Olot en 1866 y fallecido en Madrid en 1936.

Este monumento es de piedra caliza marfil (la figura y el sillón de estilo modernista donde está sentado el prestigioso cirujano), y en bronce, (una joven mujer con un hijo en brazos y otro a su lado que le obsequian con un ramo de flores en señal de agradecimiento).

Durante la guerra civil esta zona quedó entre los dos bandos que se enfrentaron a lo largo de tres años. Los franquistas estaban aquí detrás, en la Escuela de Arquitectura, apenas a 300 metros. Los republicanos se encontraban en lo que fue la cárcel modelo y el Hospital Clínico…

[Se ubican en un plano el monumento, la antigua cárcel modelo (hoy Cuartel del ejército del aire), Hospital Clínico, Fundación Jiménez Díaz, donde estuvo el Instituto Rubio, y la Escuela de Arquitectura]

Uno de los proyectiles impactó sobre la cabeza de Rubio y lo decapitó. También quedaron marcados en el resto de monumento varios impactos, alguno de los cuales se puede contemplar todavía.

Tras la guerra civil y un informe del Conde de Casal, el monumento fue reconstruido a pesar de las raíces republicanas de Federico Rubio.

Este distinguido médico cirujano había logrado que la gente más humilde a la que prestaba su ayuda lo llamase el “médico de los pobres”.

Su vida y contribuciones
Perteneciente a una familia de tradición liberal y perseguida en numerosas ocasiones, Federico nació en Puerto de Santa María (Cádiz) el 30 de agosto de 1827.

Después de los estudios secundarios se decantó por los de Medicina en el Colegio Nacional de Medicina y Cirugía de Cádiz (más tarde Facultad de Medicina).

Mientras tanto, sus escasos recursos le obligaron a realizar varias actividades que le proporcionaron dinero para sobrevivir. En 1850 se trasladó a Sevilla donde opositó para una plaza de cirujano en el Hospital Central que obtuvo el menos capacitado de los que se presentó, pero que tenía apoyos políticos. Lo ocurrido favoreció, sin embargo, a Rubio, quien se fue haciendo con una buena clientela privada a la vez que ganaba prestigio.

En esta época también comenzó a moverse en política. Como otros demócratas, fue detenido en 1859 y tuvo que exiliarse. Se fue a Inglaterra y en Londres aprovechó para formarse como cirujano con William Fergusson. Regresó en 1860.

En 1864 tuvo que exiliarse de nuevo. En esta ocasión marchó a París donde estuvo con figuras tan conocidas e influyentes como Alfred Velpeau, Piel Paul Broca y Auguste Nélaton. Asistió además a los cursos de microscopía de Eloy Carlos Ordóñez que también fue el maestro de Aureliano Maestre de San Juan. Estuvo además en Breslau con Johannes Evangelista Purkinje para completar su formación histológica.

En la década de los sesenta publicó bastante. También participó activamente en la preparación de la Revolución de Septiembre de 1868. Formó parte de la Junta provisional revolucionaria de Sevilla, cargo que fue renovado por sufragio en las elecciones que se celebraron en octubre, alcanzando la vicepresidencia.

Gracias a la revolución y a la libertad de enseñanza pudo crear la Escuela Libre de Medicina y Cirugía de Sevilla, cuna del especialismo médico en España, donde enseñó Clínica quirúrgica.

En el terreno político fue diputado en las Cortes Constituyentes, legislatura de 1869-1870. Fue reelegido en 1871, pero renunció.  En las elecciones generales de 1872 ganó un puesto de senador por Sevilla para la legislatura 1872-73. Durante la Primera República (1873-74) fue enviado a Londres para que el gobierno de Gran Bretaña reconociera al gobierno republicano español, cosa que no logró. No obstante, antes de regresar a España viajó a los Estados Unidos donde visitó hospitales de Nueva York, Chicago y Filadelfia. Más tarde se le reconoció haber actuado como embajador en Gran Bretaña.

En 1874 fijó su residencia en Madrid. Durante la Restauración abandonó la política y se convirtió en el médico de la aristocracia y alta burguesía de Madrid. En 1874 ingresó en la Academia.

En Madrid sintonizó bien con el grupo intelectual en torno a Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza.

En 1880 creó el Instituto de Terapéutica Operatoria en el Hospital de la Princesa de Madrid que se encontraba entonces en lo que hoy es la calle de Alberto Aguilera. Para ello se valió no solo de su prestigio sino que utilizó además su amistad con políticos influyentes.

Este centro se independizó en 1896 cuando fue trasladado a unos edificios nuevos en la zona de Moncloa sufragados, en parte, por suscripción pública.

En la Fundación Jiménez Díaz
Nos encontramos ahora en la Fundación Jiménez Díaz, edificada en los mismos terrenos que ocupó el Instituto Rubio que fue destruido durante la guerra civil.  Los terrenos fueron cedidos por el Estado. Se construyeron varios edificios por pabellones. El principal, de tres plantas y sótano, albergaba la recepción de enfermos, unas dependencias privadas para Rubio y la administración. Otro edificio se destinó a enfermos varones, otro a mujeres y otro a enfermos infecciosos. Después se construyó una capilla donde se velaban los cadáveres y donde quiso ser enterrado el doctor Rubio.

La guerra civil destruyó tanto el edificio que se encontraba en pleno frente, como la labor del gran equipo de profesionales que allí trabajaban y que acabaron dispersándose.

Durante la guerra civil esta zona quedó entre los dos bandos que se enfrentaron a lo largo de tres años.

Si vemos los planos de la época situaríamos a los franquistas detrás, desplegados en la zona que ocupa la Escuela de Arquitectura. Todavía pueden verse trincheras y búnqueres.

Los republicanos se encontraba alrededor de la cárcel modelo, espacio que ocupa hoy el Ejército del Aire, y del Hospital clínico. Como se ve el monumento queda entre los dos y sufrió las consecuencias. Los impactos de proyectiles todavía se pueden ver hoy. También fue decapitado aunque gracias a un informe del conde de Casal el monumento fue reconstruido a pesar de las raíces republicanas de Rubio.

Consciente de que la revolución quirúrgica exigía nuevas instalaciones y personal técnico, creó también la Escuela de enfermeras Santa Isabel de Hungría, la primera de España de inspiración laica y burguesa.

En 1899 apareció la revista Revista Iberoamericana de Ciencias Médicas, donde publicó varios trabajos suyos como es lógico, así como la labor desarrollada en el Instituto.

Desde 1901 la salud de Federico Rubio se deterioró. Murió en Madrid, en la casa que su hija Sol poseía en la calle Barquillo, el 31 de agosto de 1902. Fue enterrado dos días más tarde en el panteón construido en la capilla de su Instituto por el rito católico.

Respecto a la obra de Rubio, aparte de su producción médica destaca El libro chico (1863) donde resumió sus ideas filosóficas y psicológicas y donde se refleja la influencia del krausismo; El Ferrando (1863), que escribió para defenderse de las críticas al anterior; La mujer gaditana (1902) y Mis maestros y mi educación (publicado por su hija después de su muerte) y que vendría a ser una suerte de autobiografía incompleta. Aquí tenemos dos ediciones del mismo.

También se ha destacado mucho su discurso de 1890 en la Academia que tituló La Sociopatología. Se trata de un ensayo original en el que defendió que la realidad y la vida del cuerpo social deben ser incumbencia del médico. Reconoce que disciplinas como el derecho, la filosofía, la economía, etc. deben estudiar la sociedad, pero sólo el médico posee la mentalidad y los métodos exigidos por el saber sociológico; puede pasar analógicamente desde el organismo individual hasta el organismo social. Por otro lado, para Rubio la sociedad es como un organismo pluricelular, un ser colectivo y natural y como tal puede también enfermar.

Este texto es un programa o esbozo de una ciencia que pugnaba por nacer y que esperaba que se desarrollara en el futuro como así ha sido.

Sin salirnos del tema, destaca su artículo en el que hace referencia al anterior, que con el título “Clínica social” publicó en 1899 en la Revista Ibero-Americana de Ciencias Médicas.

Aquí termina este acercamiento a un destacado médico y cirujano del siglo XIX del que siempre podrás obtener más datos de la bibliografía que dejaremos en el blog.

Bibliografía
–Carrillo, J.L. et al. (2002). Federico Rubio y Gali (1827-1902). Estudio Documental y Bibliográfico. Puerto de Santa María, Concejalía de Cultura del Ayuntamiento.

–Carrillo Martos, J.L. (Coord.) (2003). Medicina y sociedad en la España de la segunda mitad del siglo XIX: una aproximación a la obra de Federico Rubio y Galí, (1827-1902). Puerto de Santa María, Ayuntamiento.

–Laín Entralgo, P. (1986). Medicina y sociedad en la obra de Federico Rubio. En: Ciencia, técnica y medicina. Madrid, Alianza, pp. 333-341.

Orozco Acuaviva, A. (1978): “Prólogo”. En: Laín Entralgo, P .: “Federico Rubio y la patología social ”. Jano, nº. 322, p. 12

–Rubio y Galí, F. (1890): Discursos leídos en la solemne sesión inaugural del año de 1890 de la Real Academia de Medicina [La Sociopatología]. Madrid, Establecimiento Tipográfico E.Teo- doro, pp. 25-49.

–Rubio y Galí, F. (1899). Clínica social. Revista Ibero-americana de Ciencias Médicas (Madrid), vol. 2, no 3, `pp. 50-78.

–Yzaguirre, F. de; Fernández-Cid, M. (2017). Rubio y Galí y su «Clínica social» de 1899: precedentes de una Sociología Clínica. Psicofenia, vol. 20, nº 35-36, pp. 97-113.

Prensa:

–Del Diario de un paseante. Por Luis Bello. El Imparcial, 16 de diciembre de 1906, p. 2.

–El monumento a D. Federico Rubio. El Siglo futuro, 14 de diciembre de 1906, p. 2.

–Arte y artistas. Heraldo de Madrid, jueves 13 de diciembre de 1906, p. 1.

–Monumento al doctor Rubio. El Correo Español, jueves 13 de diciembre de 1906, p. 4.

–El monumento al Dr. Rubio. ABC, 14 de diciembre de 1906, p. 3.

3D y Fotografía Leica en Espacio Fundación Telefónica

Las exposiciones de la Fundación Telefónica en Madrid no decepcionan. En estos momentos todavía se puede ver (hasta el día 10) Con los objetos bien abiertos. Cien años de fotografía Leica. Cómo una nueva cámara, ligera, de pequeñas dimensiones, fácilmente transportable y fácil de manejar, revolucionó la fotografía: aportó desde 1925 espontaneidad, flexibilidad, dinamismo… en definitiva, la posibilidad de hacer fotografías que antes era imposible imaginar. Por otro lado, Leica democratizó el acceso a la fotografía acercándola al gran público.

El comisario de la exposición es Hans-Michael Koetzle. Reúne en torno a las 400 fotografías con material documental que incluye revistas, libros, periódicos, publicidad, catálogos y varios prototipos de cámaras. Estas son las secciones en las que se estructura: «Leica y la Neues Sehen (nueva visión)», «Fotoperiodismo», «Fotografía subjetiva», «Fotografía humanista», «La nueva fotografía en color», «La fotografía de moda y la cámara Leica», y «Fotografía de autor». El visitante podrá contemplar fotografías conocidas y no tan conocidas de reputados fotógrafos como Cartier Bresson, Paul Wolff, Bruce Davidson, Capa o Robert Frank, entre otros. Una gozada.

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Más tiempo permanecerá –hasta el 22 de octubre– 3D. Imprimir el mundo, sobre la tecnología de impresión tridimensional y su repercusiones en diferentes áreas como la medicina, la arquitectura, la moda o la gastronomía. Sus comisarios son Carmen Baselga y Héctor Serrano.

La exposición trata de contestar preguntas como «¿En qué consiste la impresión en tres dimensiones y cuál ha sido su recorrido hasta la actualidad? ¿Qué capacidad transformadora tiene esta tecnología en los procesos productivos, en la relación del individuo con los objetos y en la sociedad en general? ¿Qué tipo de objetos impresos podemos encontrar en estos momentos y en qué ámbitos se utilizan? ¿Hasta dónde puede llegar el uso de impresoras 3D?«.

Esta tecnología, además, implica reformular conceptos como la autoría, la sostenibilidad, la educacación y la accesibilidad. La exposición se divide en cuatro bloques: «Del bit al átomo» (qué es la impresión 3D, tipos, materiales utilizados, principios), «Por el espejo retrovisor» (historia), «La huella tridimensional» (ejemplos de aplicación de esta tecnología) y «Un paso más allá» (el futuro). No hay que perdérsela.

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150 años de caricaturas médicas en la RANM

Caricaturas de más de doscientos médicos se exponen en la sede de la Real Academia Nacional de Medicina en la calle Arrieta de Madrid. La nueva muestra que presenta la institución, con el patrocinio de Asisa, lleva por título 150 años de caricaturas médicas en España.

La presentación corrió a cargo de sus comisarios y también autores de la obra que se ha publicado sobre el tema, Manuel Díaz-Rubio (presidente de honor de la RANM) y Javier Sanz Serrulla (académico correspondiente), a los que acompañó el dibujante de El País José María Pérez González (Peridis). El visitante podrá observar obras de Fresno, los Cortiguera, Cerra, López-Motos, Vitín, etc.

En el libro Díaz-Rubio y Sanz Serrulla, junto a cada una de las caricaturas que aparecen, incluyen una pequeña nota biográfica que sitúa al personaje y su fotografía.

La muestra podrá visitarse hasta el día 17 de julio.

Cartel de la muestra

El primer ‘honoris causa’ de la Universidad Central

El 29 de Febrero de 1920 fue investido el primer doctor honoris causa de la Universidad Central (Madrid), el Dr. Avelino Gutiérrez. El acto se celebró en la sede de la calle de San Bernardo, que se encontraba adornada con «vistosas colgaduras y banderas». Había muchos doctores que vestían traje académico. El acto fue presidido por en entonces rector Rodríguez Carracido. Junto a él se sentaron el Sr. Levillier, encargado de Negocios de la Argentina; los decanos de las Facultades y el Secretario de la Universidad, Sr. Castro.

Se leyó el documento que recogía el acuerdo del Claustro sobre conferir el grado al Dr. Gutiérrez, gracias al derecho que se había conferido a dicho Centro para otorgar la mencionada distinción. Entró después el Dr. Gutiérrez acompañado por los Dres. Planas, catedrático de Ciencias, y Suárez Guanes, del claustro extraordinario, precedidos por el maestro de ceremonias. Posteriormente el Decano de la Facultad de Medicina, Prof. Recaséns, leyó un discurso en el que presentaba al homenajeado resaltando sus méritos como hombre de ciencia, eminente cirujano y defensor de la cultura española y fomentador de los vínculos entre Argentina y España.

Luego el Rector, en nombre de la Universidad y en representación del Rey y del Ministro de Instrucción pública, colocó el birrete con la toga doctoral de Medicina al Sr. Gutiérrez. Éste pronunció a continuación un discurso de gratitud por la distinción de que había sido objeto, que no se atribuía a él sino a la cultura argentina que representaba. Siguió un breve discurso del Encargado de Negocios de la Argentina, Sr. Levillier. Cerró el acto el rector Carracido.

Avelino Práxedes Gutiérrez Fernández nació en San Pedro de Soba (Santander). Cursó estudios de Medicina en la Universidad de Buenos Aires, que concluyó en 1890. Trabajó en el Hospital Álvarez, donde realizó la primera gastroenterostomía con éxito. Después lo hizo en el Hospital San Roque (Ramos Mejías) junto a Juan B. Justo. A partir de 1905 pasó al Hospital Español de Buenos Aires como cirujano, centro que llegó a dirigir. En cuanto a su labor docente, fue catedrático de Clínica Quirúrgica de la Facultad de Medicina de Buenos Aires introduciendo la práctica como principal medio de enseñanza.

Avelino Gutiérrez creó en 1912 la Institución Cultural Española y donó 12.000 pesetas a la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas de España, en memoria de Menéndez Pelayo y Ramón y Cajal.  Con esta suma se sostenían tres becas de 4.000 pesestas para que otros tantos españoles pudieran ampliar estudios en el extranjero durante un año. Repitió el gesto en 1913 y sucesivos.

La Institución Cultural Española invitó desde 1914 a profesores españoles para impartir conferencias y cursos en la Argentina a través de la Junta para la Ampliación de Estudios. Entre estos, figuras tan destacadas como Ortega y Gasset, Julio Rey Pastor, Menéndez Pidal, Pi y Súñer, Rodríguez Lafora, Río Hortega, Gustavo Pittaluga, Recaséns, Novoa Santos, Sánchez Albornoz, y Gregorio Marañón. Más tarde, en 1932 donó 25.000 pesetas al recién inaugurado Instituto Nacional de Física y Química.

Gutiérrez fue designado Cirujano maestro por la Sociedad Argentina de Cirugía. También fue miembro de la Academia Nacional de Medicina de Argentina. Falleció en Buenos Aires en 1946.

Bibliografía:

Avelino Gutiérrez. Biografías y Vidas. Consultado el 25/4/2012
Avelino Gutiérrez, En Wikipedia.  Consultado el 25/4/2012.
-Agüero, A.L.; Kohn Loncarica, A.G.; Sánchez, N.I.; Trujillo, J.M. Contribuciones originales de la medicina argentina a la medicina universal. Revista de Historia & Humanidades Médicas, 2007; 3(1).  Consultado el 25/4/2012.
-Asuntos varios de la actualidad madrileña. Mundo Gráfico, Año X, núm. 435, miércoles 3 de marzo de 1920.
-Crónica de la Semana. La Ilustración Española y Americana, 30 de enero de 1920, p. 50.
-En la Universidad Central. El primer título de doctor honoris causa. Homenaje a D. Avelino Gutiérrez. El Imparcial, Año LIV, Núm. 19.055. Martes 2 de marzo de 1920, p. 3.
-Ortega Munilla, J. Rasgos de España. El maestro Avelino. ABC diario ilustrado, viernes 6 de febrero de 1920, p. 3.

Lo que leía la generalidad en 1899

Me he encontrado con este gráfico informativo que se publicó en El Imparcial en 1899. Su títulko: Lo que lee la generalidad. Para muchos hoy sería una ‘infografía’. Hace referencia al género de libros que se leían en esa época. Me da la sensación de que apenas ha variado. Quizás deberíamos sustituir ‘novelas de folletín’ por bestsellers y libros de autoayuda.

¿Experiencias de telemedicina hace 81 años? (y IV)

Llegamos al final de esta pequeña serie de posts, en los que hemos podido comprobar cómo a principios de los años treinta se pensó en el ejercicio de la medicina a distancia gracias a las posibilidades que ofrecían las nuevas tecnologías de entonces. Sin lugar a dudas debió haber otras experiencias que desconocemos.

Después de lo que hemos leído, la idea parece que surgió de la docencia de la medicina. No es lo mismo describir un sonido que se escucha a través de un fonendoscopio de forma individual, que hacerlo a través de una grabación o de algún dispositivo que lo amplifique y lo haga audible a un conjunto de personas. Los profesionales de la medicina nunca han sido reacios a la utilización de nuevas técnicas para la mejora de la enseñanza. Incluso en España se utilizaron con mucha frecuencia las proyecciones fijas desde principios del siglo XX para ilustrar casos clínicos. Tan pronto como fue posible se recurrió también a la película, primero muda y después sonora. Asimismo, los médicos vieron muy pronto (en otra ocasión nos ocuparemos de ello) la utilidad que podía tener la radio para divulgar conductas higiénicas y preventivas.

Queda claro que fue el doctor Montellano el que pensó en la nueva posibilidad de transmitir sonidos a gran distancia, y lo hizo con médicos españoles. Por esa época ambas medinas, la argentina y la española, se respetaban mucho y eran frecuentes los viajes de profesionales en ambas direcciones.

Cerramos la serie con dos artículos que hacen referencia a la segunda experiencia. Llaman la atención tres hechos. Primero, que el doctor Calandre desaparece de escena; no sabemos porqué. Segundo, la gran cantidad de médicos que acudieron al edificio de la Compañía Telefónica; unos dos cientos, entre los que se encontraban importantes figuras de la medicina de la época. Tercero, el fracaso de esta segunda transmisión por motivos que no están claros. Reproducimos la noticia que publicó El Imparcial y el artículo que apareció en la revista Nuevo Mundo, con varias ilustraciones.

Tampoco sabemos, de momento, si se repitieron las transmisiones o no, o si dejaron de ser noticia para la prensa.

La auscultación oceánica
[C.S.A. El Imparcial, domingo 13 de julio de 1930]

El viernes a las 9 de la noche (hora de Madrid) se verificaron unos ensayos de auscultación a distancia en el local del piso 13 del rascacielos de la Compañía Telefónica, en donde en largas mesas se habían colocado auriculares individuales para que los médicos invitados pudieran simultáneamente observar el experimento. La curiosidad despertada por las noticias publicadas de otra sesión anterior, hizo que se congregaran más de doscientos médicos entre los que se encontraban lo más destacado de la Medicina madrileña, siendo imposible citar nombres para no incurrir en omisiones lamentables.

Por especial deferencia del señor Berenguer, ingeniero de la casa; los doctores Jiménez Díaz, de la Facultad de Madrid; Tapia del Hospital del Rey; Cifuentes, decano de Benecencia general; e Hinojar, presidente del Colegio de Médicos. Con motivo de una tormenta que estaba sobro Griñón, donde está situada la receptoría de la Telefónica se esperó cerca de una hora hasta que se estableció la comunicación con Buenos Aires y empezó la experiencia con unas amables frases del doctor Montellano autor del procedimiento de transmisión. El señor Intendente Municipal de Buenos Aires pronunció un discurso de salutación y empezó la parte interesante de la sesión con la transmisión de los ruidos cardíacos de un corazón normal.

Si nos atuviéramos al resultado de la experiencia, diríamos que fue un fracaso porque no se percibió claramente ninguno de los tonos que caracterizan, según los latidos cardíacos porque a pesar de que la sintonía era perfecta, según frase de los técnicos había un ruido extraño que dominaba todo de un modo continuo y monotónico que impedía precisar lo que se oía; a que sea esto debido no lo sabemos. Sin embargo de esta decepción, son experimentos éstos que deben continuarse, pues, hay que tener en cuenta que la amplificación necesaria para la transmisión a tanta distancia enmascara toda la audición, ampliando los ruidos que se desea apreciar y los indeseables, y en un asunto como la auscultación cardíaca, tan precisa y tan localizada, es de una dificultad extraordinaria el eliminar los ruidos extraños.

De todos modos como experiencia de transmisión y curiosidad científica, podemos decir que fue un éxito.

El lunes continuará el experimento, siguen invitados cuantos médicos deseen asistir.

Merece plácemes por sus esfuerzos, el doctor Montellano, de Buenos Aires, con sus colaboradores y la Compañía Telefónica por el Trabajo empleado y sus deferencias con los médicos de Madrid.

El subdirector de la C. Telefónica, Jiménez Díaz, Pedro Cifuentes, Adolfo Hinojar, y Manuel Tapia (de izqu. a dcha).

Una transcendental curiosidad científica. Un experimento médico efectuado entre Madrid y Buenos Aires
[Rosa Arcienaga de Granda. Nuevo Mundo, Año XXXVII, número 1.904, 18 de julio de 1930]

En ese constante ir y venir del hombre hacia lo imposible -lucha tenaz de inteligencia contra las fuerzas ciegas de la Naturaleza-, cada día queda señalado un nuevo jalón, una nueva ruta que deja al descubierto amplios horizontes llenos de posibilidades para un porvenir más o menos lejano.

Fue primero el telégrafo sin hilos, maravilloso invento de Marconi, que anulando las distancias y salvando por igual las altitudes de los montes y las inmensas llanuras de los mares, ponía en estrecha comunicación al navegante perdido en medio del océano con sus semejantes.

Fue más tarde la ‘radio’ llevando toda clase de sonidos musicales de un extremo a otro del planeta.

Hoy es algo más. El hombre ha querido que este medio de comunicación sirva no sólo para establecer conversaciones particulares o comerciales, sino que sea un poderoso auxiliar de la Ciencia en su aspecto más noble y humano: la Medicina.

Y he aquí que en un amplio salón, situado en el piso trece del grandioso edificio de la Compañía Telefónica, se han congregado alrededor de doscientos doctores para, después de auscultar a través del microteléfono a varios enfermos del corazón en Buenos Aires, dar el diagnóstico en cada uno de los casos.

Bello cuento de hadas en el siglo pasado, aun para imaginaciones tan calenturientas como la de un Julio Verne, convertido hoy en realidad.

Alguien ha dicho que los adjetivos han perdido, si no su valor cualificativo, al menos el encomiástico, y creo que es verdad. Vuelos sensacionales, carreras inauditas de resistencia o velocidad, heroismos diarios, hacen pasar ya inadvertidas ciertas hazañas que años atrás habrían adquirido caracteres de gesta gloriosa. Otro tanto sucede con intinidad de experimentos científicos llevados a cabo en la soledad de los gabinetes del sabio.

Merezca el de hoy un humilde comentario por nuestra parte.

LA TRANSMISIÓN DEL RITMO CARDÍACO A DISTANCIA
El doctor Montellano, ilustre médico de Buenos Aires, inventó hace algún tiempo un aparato, mediante el cual sus alumnos podían percibir las pulsaciones del corazón, de una sala a otra de su clínica, con sólo aplicar a su oído un  micrófono corriente (teléfono). Más tarde hizo experimentos a una mayor distancia, con feliz resultado, lo que le sugirió la idea de hacer pruebas con Europa. Naturalmente, fue a España a quien ofreció las primicias de su invento, y esta tarde, ante una gran concurrencia de médicos y algunos periodistas, empezaron los ensayos.

Sobre las mesas, que ocupaban totalmente el salón de la Compañía Telefónica, había distribuida una gran cantidad de micrófonos para ser utilizados por los asistentes, algunos de ellos doctores de tanto relieve como Juarros, Tolosa Latour, Nogueras, Verdés Montenegro, etc.

La mesa presidencial fué ocupada por el subdirector de la Compañía, señor Berenguer, y los médicos  Jiménez Díaz, catedrático de Patología de la Facultad de Medicina; Pedro Cifuentes, decano de la Beneficencia general; Adolfo Hinojar, presidente del Colegio de Médicos, y Manuel Tapia, director del Hospital del Rey. Alguien, al ver á los circunstantes sobre las mesas en un ademán de profunda atención, dejó escapar la especie de que ‘aquéllo’ parecía una sesión de esperitismo. Y, en efecto, algo de sobrenatural y misterioso tenía este experimento médico realizado a varios millares de kilómetros de distancia.

Una señal de atención, y en seguida estamos al habla con el doctor Montellano, en Buenos Aires. Saluda éste a los médicos españoles. Su voz resulta clara, potente, limpia. Verdaderamente hay que recurrir a un esfuerzo mental para suponer que esta voz parte del otro lado del Atlántico, desde una clínica situada en las afueras de la bella ciudad del Plata. Tras un breve saludo, el doctor Montellano cede la palabra al intendente municipal de Buenos Aires, señor Cantila, quien en elocuentes frases encomia la labor de los médicos españoles, cuyos profundos conocimientos y experiencia aguardan -dice- con el mismo santo interés con que reciben todo lo que llega de la Madre Patria.

Y a continuación empieza el experimento. A través de nuestros auriculares seguimos la conversación de los doctores Jiménez Díaz y Montellano. Éste nos anuncia que va a colocar ante el micrófono un caso anormal, para que después de oídas las palpitaciones cardíacas, los doctores de acá dictaminen sobre su enfermedad.

Pero la audición no resulta perfecta. Conjuntamente con los latidos se percibe un ruido constante, una especie de fragor de tormenta o de torrente caudaloso de aguas que impide seguir el ritmo de la pulsación.

El doctor Jiménez Díaz se lo comunica así, y colocan varios enfermos más, obteniendo el mismo resultado negativo.

La impresión general es de que el ruido se produce por la respiración, o tal vez por la circulación de la sangre, inconveniente difícil de obviar, ya que el micrófono colocado en el pecho del enfermo aumentará por igual todos los ruidos.

En un momento en que, a petición del doctor Jiménez Díaz, hacen abstenerse de respirar al paciente, la audición del ritmo cardíaco parece más perfecta; pero el ruido de fragor de torrente no se consigue eliminar.

Tras varias tentativas más, el experimento sigue sin dar resultados positivos, por lo que se suspende la sesión, después de haber devuelto afectuosamente el saludo el presidente de Colegio de Médicos de Madrid, doctor Hinojar.

LA IMPRESIÓN DEL DOCTOR JIMÉNEZ DÍAZ
Aprovecho un instante, terminada la sesión, para hacer algunas preguntas al catedrático señor Jiménez Díaz:

—¿Qué tal ha oído usted, doctor?

—Francamente, mal, y así me he visto en la necesidad de decírselo al señor Montellano. En estas cuestiones no se puede, como en otras muchas, decir simplemente por cortesía una cosa por otra. Ciertamente, que en algunos instantes me parecía percibir algo rítmico, que podían ser los ruidos del corazón; pero ese fragor adventicio me desorientaba por completo.

—¿Usted cree que se podrá perfeccionar ese invento hasta obtener una audición perfecta?

—Desde luego; eso se conseguirá, en cuanto se logre aislar los demás ruidos, el de la respiración, por lo menos, que, a mi juicio, era el que nos impedía oír.

—Y en ese caso, ¿se podrá diagnosticar á una distanciaa de miles de kilómetros, como la que nos separa de la Argentina?

—Es posible que sí. Pero el objeto de este invento, no siendo como una curiosidad científica creo que será casi nulo, porque un diagnóstico verdadero sólo viendo al enfermo puede darse.

—¡Según eso…?

—Yo miro esto como un pequeño paso, un ensayo de algo más grande que un día, indudablemente, habrá de hacerse, y a lo que el ilustre doctor Montellano ha empezado a contribuir desde este instante con su aparato retransmisor de los ruidos del corazón.

Ésta también parecía la opinión de los demás doctores, que formando corrillos comentaban el resultado negativo de la experiencia y la nuestra de simples periodistas y observadores,

Y como periodistas también, profanos en Medicina, nos atrevemos a brindar una idea al señor Jiménez Díaz para una próxima experiencia; ¿No se podría determinar si el fragor que dificultaba la audición era producido por la respiración o circulación de la sangre, indicando al doctor Montellano que colocara ante el micrófono un reloj para ver si el tic-tac de éste era limpio, como debe serlo el del corazón?

El resto de los médicos que siguieron el acontecimiento desde la sala de audiciones. Foto de Cortés

¿Experiencias de telemedicina hace 81 años? (III)

Viene de un post anterior.

Las revistas se hicieron eco también de la experiencia llevada a cabo entre el doctor Montellano, de Buenos Aires, y el doctor Calandre, de Madrid. En esta ocasión voy a reproducir la reseña de una revista dedicada al mundo de la radio, Ondas, que copia prácticamente el artículo de Félix Herce que se publicó en Sol. Asimismo no faltaron los acercamientos más satíricos como el que apareció en Muchas gracias. Revista cómico-satítica.

Las maravillas de la Ciencia. El doctor Calandre diagnostica desde Madrid a unos enfermos de Buenos Aires
[Félix Herce. Ondas, Año VI, número 264, 5 de Julio de 1930, p. 8]

El  redactor de «El Sol» don Félix Herce, publicó en dicho periódico madrileño, el jueves 26, una curiosa información, que reproducimos:

«Ayer mañana cuando se disponía a salir para pasar su consulta del Hospital de la Cruz Roja, recibió un aviso telefónico el doctor Calandre, por el que se se comunicaba que el doctor Montellano, de Buenos Aires, quería transmitirle una demostración de ruidos y tonos cardíacos desde la capital del Plata por medio de la radiotelefonía.

En la Compañía Telefónica esperaban al doctor Ca!andre, con los directores y alto personal, los doctores Pulido, Cortezo (V.), Ubeda, Cerrero y los médicos de la Compañía.

Para poder transmitir la interesante demostración científica cooperaba con la Compañía Telefónica Nacional la United River Plate Telephone Company.

El doctor Montellano explicó cómo transmitía la auscultación, valiéndose de un amplificador y con un micrófono puesto sobre el pecho del paciente, utilizando la radiotelefonía para la tranmisión a distancia.

La emoción de todos al escuchar los ruidos del primer corazón fue intensa; se oían claros, precisos, como si se auscultara directamente, sin ningún ruido intermedio que los desfigurara. Se trataba de un individuo normal, cuyo corazón mostraba una ligera taquicardia
(velocidad en el ritmo, cien pulsaciones al minuto). Esta velocidad era debida al estado de emoción del sujeto con el que se hacia la experiencia.

Después, el micrófono se apoyó sobre pechos enfermos. Los ruidos ya no eran normales. En unos, los latidos eran galopantes; en otros variaba la intensidad de unos a otros. Calandre fué escuchando atentamente los diversos enfermos, y pronunció el diagnóstico auscultatorio por el orden siguiente: insuficiencia aórtica, estrechez mitral, enfermedad de Hogdson e insuficiencia mitral. El asombro de todos fue grande cuando el doctor Montellano, con voz emocionada, confirmó en absoluto que los diagnósticos auscultatorios de Ca- landre correspondían con las fichas clínicas que leyó a continuación.

Seguidamente, el doctor Montellano presentó varios enfermos de aparato respiratorio, oyéndose claramente los ruidos clásicos de una bronquitis crónica y varios casos más de lesiones típicas pulmonares.

Terminó el doctor argentino por pronunciar unas cariñosas frases de saludo hacia la Medicina española.

Antes de abandonar al doctor Calandre conversamos brevemente con él. Se mostraba entusiasmado de la experiencia, a la que daba más valor como experiencia científica que como adelanto clínico, pues bien es sabido que para diagnosticar un proceso cardíaco no basta sólo el oír los ruidos del corazón; son muchos los datos clínicos que se necesitan para un perfecto diagnóstico. Pero como experiencia científica es asombroso, y es la primera vez que se realiza en España.

Con este motivo nos recordó que la amplificación de los ruidos del corazón, con fines docentes, por medio de las lámparas de tres electrodos, es un hecho realizado hace tiempo en Bruselas por Philippson.

Ya Calandre, en una de sus últimas conferencias, hablaba de esta amplificación y aun de algo más positivo: registrar los ruidos cardíacos en película sonora, trabajo que piensa emprender el próximo otoño en el Hospital de la Cruz Roja.

El suceso, aunque desconocido por el público, causó gran sensación en los que lo presenciaron, por lo que representa para la clase médica. Hemos de manifestar que dentro de breves días se repetirá, con la retransmisión de vanos casos de enfermos cardiacos y respiratorios de una clínica de Buenos Aires, explicando una lección el doctor Montellano”

Corazones por radio
[José Bruno. Muchas gracias. Revista Cómico-satírica, Año VII, Número 335, 12 de Julio de 1930, p. 19]

Hoy las ciencias adelantan de un modo que es la verdadera barbaridad. A nuestro eminente doctor Calandre le ha transmitido el doctor Montellano, desde Buenos Aires, el ruido de varios corazones. Un descubrimiento que parecería propio de los tiempos románticos. El mentado doctor bonaerense avisó a nuestro médico, y le dijo:

—A ver si oye usted este corazón de un amigo mío, que se halla presente aquí, en mi clínica…

Y valiéndose de un amplificador de radio, y poniendo un micrófono sobro el pecho del tal, hizo una demostración de ruidos y tonos cardíacos ¡desde la ciudad del Plata!, ya digo, ‘Nuestro doctor Calandre oyó latidos de un corazón normal, y luego, de diversos corazones enfermos.

La cosa era estupenda. Se había ideado e inaugurado una auscultación gigantesca, fenomenal: nada menos que la transmisión trasatlántica de latidos de corazones.

A mí se me antoja esa prueba científica el mejor acto llevado a cabo, hasta ahora, para el fomento de las cordiales relaciones hispanoamericanas ; y mientras no se haga esto un cansino tópico literario y oratorio, me seguirá pareciendo bello.

¿Qué cosas se derivarán de la prueba hecha? No se sabe.

Quizá, que un enfermo cardíaco, desahuciado aquí, pueda consultar al doctor Montellano; y un repudiado en la Argentina pueda consultar al doctor Calandre.

Yo lanzaría también la idea de que se estableciera un servicio de transmisión cordial entre enamorados a gran distancia.

Se oiría el siguiente o parecido despacho :

—Paca; oye cómo mi corazón palpita por ti… ¡ Plon, plon, plon… i

Paca respondería:

—Pues, escucha tú el mio… ¡ Plon, plin, plum!…

—¡ Pero, chica; tú debes ir al médico, porque tu corazón no me gusta nada!

—Es la emoción.

—Pues, allá va un beso… ¡¡Plum!!

Con este servicio original, el corazón que lata por otro corazón sabrá de la fidelidad, de la firmeza e invariabilidad con que el amado corazón lejano lata.

¿Les estoy dando a ustedes la lata? Pues, ahueco. A hueco me está sonando a mí toda esta monserga. El corazón me lo está diciendo, y lo oigo perfectamente.

En el siguiente post haré referencia a la segunda prueba que se llevó a cabo a primeros de julio.