En 1913 el periodista José María Carretero Novillo entrevistó a Amalio Gimeno Cabañas para la revista Mundo Gráfico. Tenía 26 años. Había nacido en Montilla en 1887. Estudió en Cabra (Córdoba) y se trasladó a Madrid a los quince años donde trabajó para diarios como el Heraldo de Madrid y la revista Nuevo Mundo, del que llegó a ser director. Más tarde escribió para La Esfera, en la que se popularizó su pseudónimo ‘El caballero audaz’. También llegó a dirigirlo.
Cultivó de forma especial la entrevista o inteviú, como se decía entonces, y también escribió folletines de contenido erótico que alcanzaron mucha popularidad (La bien pagada, La mentira de tu amor, Los celos viven…). Durante la guerra civil y la posguerra fue un convencido propagandista de la facción nacional. Murió en Madrid en 1951.
Entrevistó a personajes tan célebres como Galdós, Albéniz, Blasco Ibañez, Marconi, Margarita Xirgú, Mussolini, Pablo Igleias, Rubén darío, Valle Inclán, Trotski, entre otros muchos . Reunió buena parte de ellas en Galería. Más de cien vidas extraordinarias contadas por sus protagonistas y comentadas, que se publicó en cuatro volúmenes en los años cuarenta.
El interviú que hizo a Amalio Gimeno proporciona bastante información a pesar de que una primera lectura produce sensación de superficialidad. Comienza haciendo referencia a sí mismo comentando los preparativos, pero se cuelan los nombres de cantantes y cupletistas de la época: Fornarina, Mariquita Esparza, Adelita Lulú (nombre artístico de Adela del Barco), Teresita Zazá (Teresa Maravall Torres) y lo más destacable de cada una. Soñaba con una Frankenstein con el cuerpo de la primera, los ojos de la segunda, la gracia de la tercera y la piel de la última, cuando fue despertado por el fotógrafo que lo debía acompañar a hacer la entrevista a Gimeno, entonces ministro de Marina.
Una vez en casa de Amalio Gimeno, nos la describe con unas cuantas frases, lo que permite al lector hacerse rápidamente una idea. Uno de los retratos objeto de sus comentarios es el punto de partida de la entrevista, que se centra en Canalejas y en su relación con el entrevistado. Ya lo ha situado políticamente. De especial interés es la anécdota que cuenta Gimeno de cuando Canalejas fue a inaugurar el Congreso de Higiene.
Sin que el lector se dé cuenta se centra en la figura del entrevistado y proporciona información que hoy resulta interesante. Gimeno no se fue voluntariamente a terminar la carrera a Madrid. Por Salcedo Ginestal sabemos además que éste, Gimeno y Simarro estudiaban juntos y compartían apuntes. En concreto los del curso de clínica quirúrgica que impartía el conservador Enrique Ferrer Viñerta. Es decir, a Gimeno le pasó lo mismo que a Simarro. Sus ideas políticas chocaron con las del catedrático y más tarde rector de la Universidad de Valencia, y se vieron obligados los dos a irse a Madrid. Salcedo, en cambio, terminó sus estudios en Valencia, pero también marchó a la capital para realizar el doctorado, y allí se quedó. La entrevista deja entrever ese punto de orgullo que debía tener Gimeno: “prometí no volver a la Universidad de Valencia hasta que entrase en ella de catedrático”; y así fue.
Después la entrevista se centra en Gimeno como ministro de Marina. Esos días el tema era de actualidad. Desde muchos diarios y revistas, sobre todo republicanas y satíricas, Gimeno fue objeto de críticas y de chistes: ¡Un médico en el ministerio de Marina! Reprobación que Gimeno resuelve perfectamente.
Por último el periodista aporta datos sobre la cambiante situación política del momento: conservadores o liberales. Además, aprovecha para mencionar la belleza de la esposa de Gimeno y la longevidad de su madre.
La entrevista se acompaña de una fotografía de Salazar, el que al principio Torrero llama ‘El rey del magnesio’.
Amalio Gimeno junto a su esposa, su madre y uno de sus nietos
Esta es la entrevista completa:
Nuestros políticos en la intimidad. D. Amalio Gimeno
Soñaba… Soñaba yo con una linda mujercita que danzando a mi alrededor me hacía enloquecer con sus encantos… Los recuerdo bien. Tenía el cuerpo tan gentil y bien modelado como el de Fornarina. Sus ojos eran tan hechiceros y miraban con el mismo candor que los de Mariquita Esparza; hablaba con igual travesura y gracia que Adelita Lulú, y su piel nacarina, sedosa y transparente, como hecha con rosas tempranas, era la misma piel de Teresita Zazá. Pero… El timbre que repiquetea, y una voz ronca de barítono que grita:
—¡Carretero!… ¡Carretero!… Abri los ojos, y ya comprenderéis la decepción que me llevé al encontrarme ante Salazar.
—Pero ¿está usted todavía así? — exclamó, asombrado.
Yo, antes de contestarle me miré idiotamente, para ver en qué estado me encontraba… ¡Metido en el lecho y con un sueño atroz!…
—¡Pero, si son las nueve y D. Amallo nos espera a las nuevo y media — insistió ‘El rey del magnesio’, agobiándome con su sorpresa.
Miré el reloj. Di un salto. ¡Era verdad! ¡las nuevo y cinco!
Como un avión, como una centella, o como el maravilloso Toribio en las películas, salté del lecho, me bañé, me rasuré la piel, tomé mi ligero yantar, hice provisión de cuartillas y salimos a la calle.
Cuando subimos en el automóvil que nos trasladó a la calle de la Lealtad, 15, eran las nuevo y media en punto.
Piso segundo. Un ayuda de cámara viejecito, pero ágil, con largas patillas, ya blancas, nos dijo con esa paternal afabilidad que emplean los muy ancianos cuando hablan con los muy jóvenes.
—¿Es usted el Sr. Carretero?… Pues, para ustedes sí está; pero para nadie más. Pasen, pasen…
Y atravesamos el recibimiento, donde hay varias copias de Velázquez, hechas por el notable Sorolla, después una magnifica habitación donde lo más notable es un retrato de D. Amalio, empezado y sin terminar por el gran pintor Emilio Sala, y pasamos al despacho del ilustre canalejista. D. Amalio es el reflejo más intenso que dejó D. José Canalejas. Un hijo no se parecería más a su padre. Todo en él recuerda al infortunado D. José. Así, como él nos ha estrechado la mano y la ha traído hacia su pecho en un gesto de amable nobleza, con el cual parece afirmar un compromiso de ferviente amistad, acostumbraba a saludarnos D. Pepe. Después, todo lo mismo: su afabilidad, su llaneza, hasta sus gestos nerviosos…
En el despacho de D. Amallo y en sitio preferente, hay un retrato del noble, del grande amigo. La dedicatoria no puedo ser más sencilla, y sin embargo, en ella es todo alma; Para Amalio, Pepe. ¿Pueden enlazar dos nombres con otras palabras que expresen mayor cariño?…
—Este retrato se lo hicieron al pobre de Canalejas en Valencia, cuando fue con el Rey —me dice D. Amalio, entristecido.
—Eran ustedes unos buenos amigos, ¿verdad?
—¡Oh! Nos queríamos mucho… Muy identificados en todo, nuestro espíritu palpitaba idénticamente… Nuestra amistad empezó el año 86, en que vine por primera vez a las Cortes representando el distrito de Alcira. Al poco tiempo de tratarnos, éramos íntimos. Como dos buenos hermanos, nos confiábamos todo; ¡hasta secretos de familia!… Yo apadriné su boda y él la segunda mía… Yo, que he convivido tanto con aquel hombre, sé lo que valía. ¡No hemos tenido otro! Era el político más completo que se ha conocido…Gran patriota, de una cultura enorme, de una elocuencia, como usted sabe, avasalladora, de una simpatía subyugante, con una preparación para gobernar ¡como nadie! Yo se lo digo á usted: ni Castelar, ni Cánovas, ni Sagasta, ni Silvela fueron tan completos como Canalejas. De su gran talento y de cómo se asimilaba lo que oía, da una idea lo siguiente: Siendo Presidente del Consejo me invitó un día a comer. «Háblame un poco—me dijo durante la comida,—de higiene moderna. Voy a inaugurar esta tarde el Congreso de Higiene y no sé una palabra do esa materia.» Yo, entre plato y plato, le hice sucinta exposición de aparatos y demás de higiene. Pues bien; de allí marchó a inaugurar el Congreso y pronunció el discurso más notable que se ha hecho sobre higiene. Dejó asombrados a todos los congresistas… y a mí de que hubiese una imaginación tan grande.
Seguimos hablando do otras anécdotas de Canalejas y después…
—¿Usted es valenciano?
—No, señor; todo el mundo lo cree eso, pero yo nací en Cartagena. Mi padre era militar como toda mi familia. Yo sentía una irresistible afección por la milicia—y hoy, como lo pasaba al pobre Pepe Canalejas, soy un hombre civil muy militar,—pero mi padre so opuso a que tomara la misma carrera que él y tuve que estudiar en Valencia para médico. Por cierto que por entonces—el año 70—tenía yo veinte años y era un revolucionario furibundo… En todos los mítines donde se pedía la demolición del régimen hablaba yo. Por esto, que no resultaba bien visto en la Universidad, me dieron el único suspenso que tengo en mi carrera. Y le juro a usted ahora a los sesenta y tres años, que aquel ‘cate’ fue injusto. Yo confieso que al pronto me dejó amilanado, pero luego me repuse y prometí no volver a la Universidad de Valencia hasta que entrase en ella de catedrático. A los seis años ganaba por oposición la cátedra de la hermosa capital levantina.
—¿Qué cargos ha ocupado usted en la política?
— Sólo ministro de Instrucción tres veces y ahora de Marina.
— ¿Qué proyectos piensa usted llevar a cabo en su Ministerio?
—Precisamente ayer se aprobó en Consejo el programa naval que se leerá en los primeros días de Cortes. Es una continuación de la gran obra de reconstitución naval iniciada por los conservadores y seguida por los liberales, que como es un asunto de vida nacional, en él colaboran por igual los conservadores y los liberales. El proyecto comprende la creación de la segunda división de la flota… Yo quiero, y las mismas aspiraciones tendrá el que me continúe, que dentro de seis años podamos tener una escuadra, sin alterar en ocho años la cifra con que cuenta el presupuesto de Marina…Y ya que de asuntos de Marina hablamos, le diré a usted que me duele mucho la campaña que algunos periódicos de la extrema izquierda vienen haciendo por que yo, que soy médico, haya sido designado para esta cartera… Me sorprende esta extrañeza y más me sorprendo que parta de los republicanos. Ellos, que para aprender miran a Francia, olvidan que allí casi todos los ministros de Marina fueron hombres civiles: es más, el reorganizador de la Marina francesa fue un médico: Lenasseu.
—Y de política en general ¿qué me dice usted?
—Que vamos a las Cortes el día 25. En el Senado se planteará el problema de nuestro partido… Si el Presidente del Consejo no consigue unirnos en bien del partido liberal, no veo otra solución que cederle el paso a los conservadores,
—¿No cree usted en la posibilidad de un Gabinete García-Prieto, trayendo elementos de la extrema izquierda a la monarquía?
Sonrió D. Amalio.
—No, no lo creo, la verdad. Y todavía charlamos de mil cosas más. Después el ilustre y afabilísimo ministro me hizo la merced de presentarme a su esposa, que es muy bella, y a su madre, venerable anciana de noventa y dos años.
Mundo Gráfico, Año III, nº 103. Miércoles 15 de octubre de 1913