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Entrevista. Fernando Ponte Hernando., profesor de Historia de la Ciencia de la USC… «Sería ideal dedicar unos años en exclusiva a enseñar e investigar». Por Victoria Pardo. Fuente: Correo Gallego
Insertamos el guión del vídeo Breve historia del escorbuto que se subió al canal Medicina, historia y sociedad.
Mucho hemos oído hablar de los grandes navegantes del pasado y de sus logros. Sin embargo, de los que embarcaban, en ocasiones regresaban menos de la mitad. Morían más marineros de la enfermedad que llamaban “peste de los mares o peste de las naos” que los que lo hacían a consecuencia de las batallas, naufragios, etc.
Francia, Gran Bretaña, Países Bajos y España, los países con más barcos y experiencia, conocían bien esta dolencia pero carecían de remedios eficaces. No solo causaba estragos en naos y barcos, también lo hacía en los ejércitos, en poblaciones sitiadas, migraciones, etc.
[Intro]
Se dice que esta enfermedad era conocida en la Antigüedad, pero fue en la época de las grandes navegaciones cuando aparecía con frecuencia. Las referencias concretas a la misma son de ese periodo y las primeras proceden de la península ibérica: Viaje de Vasco de Gama de Portugal a la India entre 1497 y 1499 donde se le llamó Mal de Loanda, y la primera vuelta o circunvalación terrestre de Elcano de 1519 a 1522 donde apareció en el Pacífico, el Índico y el Atlántico.
En el primer caso se lee en las crónicas que “se les hinchaban los pies y las manos y les crecían tanto las encías por encima de los dientes que no podían comer”. Cuando llegaron a Mombasa los árabes conocían la enfermedad y sus remedios, como las naranjas y limones entre otros productos frescos. Los enfermos se recuperaron aunque creyeron que la curación se debió al clima y “al buen aire”. Las teorías galénicas lo dominaban todo.
En otra ocasión estuvieron otros tres meses navegando y volvieron a caer muchos. “enfermaban de las encías, que les crecían por encima de los dientes y no podían comer, se les hinchaban las piernas y otras grandes hinchazones les salían por todo el cuerpo, y de tal modo minaban la vida de un hombre, que éste moría sin padecer ninguna otra dolencia”. Buscaron los remedios que tan bien les habían ido pero, aun así, algunos estaban tan enfermos que murieron igual.
Desde entonces trataron de cargar alimentos frescos en todos los viajes y hacer escalas para reponerlos.
Del segundo caso, de la circunvalación Elcano-Magallanes tenemos un testimonio del italiano Antonio Pigafetta (1480-1534), geógrafo, cronista, explorador, que formó parte de la Expedición Magallanes en la nave Trinidad, la capitana, en la primera parte de esta gesta marítima. En la Crónica del primer viaje alrededor del mundo (1524) dice:
“Durante tres meses y veinte días no pudimos conseguir alimentos frescos. Comíamos bizcocho a puñados, aunque no se puede decir que lo fuera porque era sólo polvo mezclado con gusanos que se habían comido lo mejor y lo que quedaba apestaba a orines de rata. Bebíamos agua amarilla, pútrida desde hacía tiempo, y comíamos las pieles de buey que están sobre el palo mayor… las sumergíamos durante cuatro o cinco días en el mar y luego las poníamos un rato sobre las brasas y nos las comíamos. Muchas veces tuvimos que comer el serrín de las maderas. Las ratas se vendían a medio ducado cada una y había poquísimas. Pero la mayor desgracia de todas fue que a algunos hombres se les inflamaron las encías de tal modo que no podían comer y se morían”.
En el Índico volvieron a recaer y el tercer brote apareció al regreso de la nao Trinidad. Sólo comían arroz y agua. Se realizó una autopsia y “halláronle todo el cuerpo que parecía que todas las venas se le habían abierto y que toda la sangre se le había derramado por el cuerpo”.
Recordar que no sólo la dieta era inadecuada sino que el debilitamiento y el duro trabajo eran causa de los fallecimientos.
No es raro encontrar estos mismos detalles o parecidos en las crónicas de otros viajes de la época organizados por holandeses, ingleses o franceses.
En la versión que fray Juan de Torquemada hizo de un texto de fray Antonio de la Ascensión en su Monarquía Indiana encontramos un texto que hace referencia a la exploración de la costa oeste de California de 1602 para cartografiarla a cargo del capitán Sebastián Vizcaino (1547-1627).
Tuvo lugar a la altura del puerto de Monterrey en la Alta California tras seis meses de navegación. Allí solían llegar también naves con viajeros que procedían de China que llevaban cuatro meses navegando. Se consideraba un lugar de pestilencia que afectaba a los cuerpos flacos, cansados y molidos por el trabajo. Padecían intensos dolores, manchas y granos en la piel, verdugones debajo de las rodillas que imposibilitaban mover las piernas, inflamación de las encías que originaban la pérdida de dientes y muelas y una gran dificultad para comer. Los que se dirigían a Mazatlán o hacían allí escala se libraban porque encontraban alimentos frescos, agua y unas frutas que llamaban xocohuitzles.
Algunos dicen que fue algún español quien encontró el remedio de los agrios. Ya hemos visto que esto era conocido con anterioridad. Se pone de ejemplo el Tratado breve de Medicina, y de todas las enfermedades, en que a cada passo se ofrecen… de fray Agustín de Farfán. Efectivamente se recomiendan agrios en las cámaras de sangre, retenciones de la regla, erisipela, contra las señales de las viruelas, en unciones para las bubas con otras muchas sustancias, en la calentura de sangre corrompida, y en la calentura llamada tabardete. Asimismo para las úlceras de la boca. Es difícil saber a qué enfermedades se refiere, pero no parece que lo haga directamente al mal de las naos.
En los viajes de Jacques Cartier, navegante francés, se autopsió a algunos enfermos encontrando pulmones negros y gangrenados, corazón blando y encogido, bazo carcomido, piernas inflamadas y punteadas con gotas de sangre, y boca infectada y podrida con un retroceso de las encías.
En 1564 el médico holandés Johann Weyer (1515-1588) escribió De scorbuto epitome, donde describe los principales signos: hinchazón, exulceración y fungosidad de las encías, manchas en la piel y cansancio.
Otro tanto pasó en los viajes de Francis Drake en 1577, Edward Felton en 1582, Thomas Cavendish en 1586 y Richard Hawkins en 1593. En 1589 Richard Hakluyt utiliza la palabra skurvie en su libro Principal Navigations para referirse a la enfermedad.
Y de esta forma podríamos estar poniendo ejemplos de varios países durante largos periodos de tiempo hasta llegar a un nombre conocido por todos del siglo XVIII: James Lind (1716-1794).
Escocés nacido en Edimburgo, se formó en cirugía y después se embarcó como ayudante médico durante siete años en 1747 a bordo del Salisbury que patrullaba el Canal de la Mancha. Allí se le ocurrió hacer una prueba o su conocido ensayo clínico cuyos resultados publicó en 1753: Tratado sobre el escorbuto en tres partes: Contiene una investigación de la naturaleza, las causas y la cura de la enfermedad junto con una visión crítica y cronológica de lo publicado sobre el tema.
Recibió a 12 enfermos con escorbuto con sintomatología parecida. Fueron encamados en una estancia y recibieron la misma dieta, pero, además,
–2 enfermos recibieron diariamente un cuarto de galón de sidra
–2 tomaron 25 gotas de elixir de vitriolo tres veces al día con el estómago vacío
–2 tomaron dos cucharadas de vinagre tres veces al día con el estómago vacío
–2 enfermos un poco más graves se sometieron a un régimen de agua de mar (media pinta cada día)
–2 enfermos recibían dos naranjas y un limón cada día
–2 enfermos tomaron semilla de una nuez moscada tres veces al día y una mezcla de ajo, semilla de mostaza, bálsamo del Perú, resina de mirra y bebían hordiate acidulado con tamarindos.
Sanaron los que tomaron naranjas y limones, pero no interpretó bien los resultados. Seguía pensando en la humedad del aire que unas veces era fría y otras caliente. Años después de este hallazgo muchos siguieron sin otorgarle fiabilidad y la enfermedad seguía presentándose. Incluso algunos aplicaban sangría. Hipocratismo, galenismo y otros sistemas no lograban comprender la enfermedad.
Lind tiene importancia por haber considerado el primer ensayo clínico. Acertó al controlar las variables del experimento de modo que todos los sujetos estuvieran en similares condiciones: comparar igual con igual, aunque no hubo grupo control.
Como los agrios se estropeaban, se elaboraba con ellos una especie de jarabe al baño maría, con lo que perdía su eficacia. Pero uno de los discípulos de Lind, Gilbert Blane, observó que añadiendo un poco de alcohol destilado (ron o ginebra) el zumo conservaba sus propiedades, y tras dura batalla, consiguió que el Almirantazgo aprobara como obligatoria en todos los buques, la distribución diaria de 21 centímetros cúbicos de zumo de naranja o limón en 1795.
Los viajes a través del Pacífico acabaron haciéndose habituales al sumarse a los españoles los británicos, los holandeses y los franceses. De tanto en tanto podían aprovisionarse de productos frescos o de descubrir frutas y otros productos que los protegían de la enfermedad (cocos, apio, plátanos, etc.).
Una de las expediciones de mayor duración fue la de Malaspina (1789-1794). Éste, conociendo lo que habían hecho otros, como Cook, cargó wort de malta (no servía para nada), zumo de limón, verduras y frutas frescas cada vez que tenían ocasión. Aparecieron otras enfermedades pero no escorbuto. El médico de la expedición escribió Tratado de las enfermedades de la gente de mar y los medios de precaverlas (1805) en el que conocía las experiencias de Lind y que estaba seguro de que naranjas y limones eran esenciales.
Futuras expediciones fueron cambiando la mentalidad y salían preparados con antiescorbúticos, pero en el siglo XIX seguía existiendo como durante la hambruna de la patata del año 1845-7, la fiebre del oro en California entre 1848-50, la guerra de Crimea en 1854, el sitio de París durante la guerra francoprusiana del año 1870-71, en las exploraciones árticas o su aparición en la infancia a partir del año 1877 por la moda del abandono de la lactancia materna y su sustitución por la leche condensada, carente de ácido ascórbico.
En el siglo XIX la medicina sufre grandes cambios. En 1893 Thomas Barlow, estudioso del escorbuto infantil, lo distingue del raquitismo y define su causa, razón por la que al escorbuto también se le denomina enfermedad de Barlow.
Después de que se descubrieran las vitaminas y su importancia para la vida, la vitamina C fue aislada por el fisiólogo húngaro Albert Sent-Györgyi en el año 1932, por lo que le fue concedido el premio Nobel en 1937. Lo bautizó en principio como ácido hexurónico, poco después renombrado como ácido ascórbico. Los siguientes pasos consistieron en identificar su estructura química y su síntesis a escala comercial (Walter Haworth) y (Tadeus Reichstein).
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