Insertamos el guión del vídeo que subimos al canal de Youtube «Medicina, historia y sociedad» de Youtube hace unas semanas dedicado a Ignaz Semmelweis y que hemos titulado Lavarse las manos. Ignaz Semmelweis.
Entre los consejos que constantemente estamos recibiendo desde hace unas semanas para luchar contra la pandemia de Covid-19, destaca el lavado de las manos.
Nadie duda de que la higiene nos ha ayudado a librarnos de muchas enfermedades infecciosas o al menos reducir su incidencia. Pero es verdad que hace meses leíamos en algún artículo que la gente estaba perdiendo hábitos de higiene entre los que se encontraba el lavado de manos con cierta frecuencia.
A mediados del siglo XIX un médico también llamó la atención sobre este hecho para prevenir la temida fiebre puerperal. Proporcionó una explicación científica, pero hasta que llegaron Pasteur y Koch décadas después, casi nadie le hizo caso.
[Intro]
En 1924 el conocido y a la vez odiado médico y escritor Louis Ferdinand Céline presentó su tesis que hablaba de Semmelweis, personaje central en esta historia.
Nació Semmelweis en lo que hoy es Budapest (Hungría) en 1818. Entonces formaba parte del imperio austríaco cuya capital era Viena. Su padre poseía una tienda y un almacén de venta de especias y productos generales. Parecía que su vocación lo llevaba a estudiar derecho en la Universidad de Viena en 1873, pero al año siguiente cambió a Medicina tras asistir, según se dice, a una autopsia realizada por Rokitansky.
Allí tuvo a destacados maestros, como señala Céline, como el gran clínico Joseph Skoda y el anatomopatólogo Carl von Rokitanski. El primero de ellos incluso le ayudó a superar su depresión por las continuas bromas que le gastaban sus compañeros por su marcado acento húngaro. Si su carácter era ya algo difícil estos hechos lo acentuaron.
En 1838 regresó a Budapest y se inscribió en la nueva escuela de medicina que allí se creó, pero la enseñanza que se impartía no le gustaba. En 1841 regresó a Viena y sufrió una crisis vocacional. Mientras tanto se aficionó por la botánica. Finalizó sus estudios en 1844.
En 1845 fue nombrado por concurso profesor de cirugía. Sin embargo, su plaza tardaba en llegar. Aceptó un puesto de obstetricia convirtiéndose en ayudante de un mediocre Johann Klein que dirigía la primera clínica obstétrica del Hospital Maternal de Viena. Había una segunda que dirigía Franz Bartchs.
En cuanto Semmelweis empezó a destacar, agrupó todas las envidias contra él. Estas cosas, como vemos, no sólo pasan en España.
La mortalidad en cirugía era altísima. Lo mismo que en los dos servicios de obstetricia, donde la fiebre puerperal era frecuente. Lo sabía la población y sólo las mujeres en absoluta miseria o las rechazadas por las intransigentes costumbres de la época (solteras embarazadas, prostitutas, etc.) acudían allí para parir.
Sensibilizado por la alta mortalidad Semmelweis intentó averiguar los motivos. Eso ya fue colocar la primera piedra, algo que parece que al resto del personal no le preocupaba.
Observó que la mortalidad en el servicio de Klein era muy superior al de Bartch. Su capacidad de observación le hizo fijarse en el hecho de que en el de Bartch eran exploradas y atendidas por las estudiantes de comadronas y en la de Klein por estudiantes de medicina.
Pensó que las maniobras de las futuras comadronas se realizaban con cuidado mientras que los estudiantes actuaban con cierta brutalidad produciendo inflamaciones. Puesto de manifiesto, se acusó a los estudiantes extranjeros de ser los responsables. Muchos fueron expulsados y la mortalidad descendió. Quizás una casualidad.
Mientras tanto Semmelweis descartó otras explicaciones pintorescas, incluso de tipo religioso, que no merecen que nos detengamos. Él estaba convencido que los motivos estaban allí, en su clínica.
Mientras tanto tuvo que hacer frente a burlas y críticas de parte de sus colegas y estudiantes. Le acusaron de que él mismo provocaba ansiedad a las parturientas que las predisponía a contraer la enfermedad.
Observó también que las mujeres que parían en la calle y después eran llevadas a la clínica se salvaban más que las que parían en la propia clínica. Entonces decidió seguir a los estudiantes mucho más de cerca. Recordó que cuando estaba trabajando con Rokitansky se temía que éstos se hicieran incisiones involuntarias durante las autopsias porque solían ser mortales.
Semmelweis estaba más cerca de la verdad. Sin demasiada base científica como hoy la entenderíamos, se le ocurrió que los alumnos se lavaran las manos antes de acercarse a las embarazadas. Hizo instalar lavabos en las puertas de la clínica.
A Klein le pareció una idea ridícula y se opuso de forma violenta. Hizo todo lo que estuvo en sus manos para deshacerse de su ayudante. Otros muchos colegas creían lo mismo. La cosa se salió de lo normal y el 20 de octubre de 1846 Semmelweis fue destituido.
Un grupo de médicos pidió explicaciones sobre los hechos. Skoda movió todos los recursos para que se le devolviera su puesto. Mientras tanto Semmelweis realizó un largo viaje a Venecia.
A los dos meses regresó. Acababa de fallecer su amigo el forense Jakob Kolletschka de una herida accidental durante una autopsia.
Revisando el caso Semmelweis dijo que “la noción de identidad de este mal con la infección puerperal de la que morían las parturientas se impuso tan bruscamente en mi espíritu, con una claridad tan deslumbradora, que desde entonces dejé de buscar por otros sitios”.
Los dedos de los estudiantes se contaminaban con los exudados de los cadáveres y transportaban esas partículas cadavéricas a los órganos genitales de las mujeres, especialmente al cuello uterino.
Gracias a la influencia de Skoda, Bartch, médico jefe de la segunda maternidad, acabó por recibir a su protegido a título de asistente, aunque en realidad no tuviese ninguna necesidad de personal en aquel momento. Se hizo una prueba: los alumnos de Klein pasaron a la clínica de Bartch a cambio de las comadronas.
La mortalidad en la clínica subió al 27 % lo que representa un aumento del 18 % respecto al mes anterior. Así, pues, se demostraba que el problema eran los estudiantes.
Ese mes ingresó una mujer que pensaban que estaba embarazada. Semmelweis la examinó y encontró un cáncer de cuello de útero. Después, sin pensar en lavarse las manos hizo tacto vaginal sucesivamente a cinco mujeres que estaban dilatando. En las semanas siguientes todas ellas murieron por infección puerperal.
Semmelweis escribió: “Las manos, por su simple contacto pueden ser infectantes”.
Pidió que se preparara una solución de cloruro calcificó con la que cada estudiante, que hubiese disecado el mismo día o la víspera, debía lavarse cuidadosamente las manos antes de efectuar cualquier clase de reconocimiento en una mujer encinta. En el mes que sigue a la aplicación de esta medida la mortalidad descendió al 0,23 por ciento.
Sin embargo, obstetras y cirujanos rehusaron, en un impulso casi unánime, con odio, el inmenso progreso que se les ofrecía. Klein logró agrupar contra Semmelweis desde el primer momento a casi todos los miembros de la Facultad.
Céline dice al respecto “En el corazón de los hombres sólo habita la guerra”.
Solo cinco médicos se colocaron al lado de Semmelweis: Rokitansky, el gran dermatólogo Hebra, Heller, Helm y Skoda.
Se consultó a médicos del extranjero, pero la mayoría no se molestó ni en contestar. Ni Amsterdam, ni Berlín ni Edimburgo. Tampoco París. Ni siquiera tuvieron la curiosidad de probar algo tan sencillo en sus clínicas. Hablar de médicos que producían iatrogenia no cabía en sus cabezas. La estupidez humana no tiene límites.
Insultos, calumnias, risas, odio… ya no sólo de colegas, también se unieron estudiantes y enfermeros. La situación se hizo insostenible y Semmelweis fue destituido el 20 de marzo de 1849 por segunda vez.
Skoda comunicó a la Academia los resultados concluyentes y absolutamente favorables a la teoría que acababa de obtener por infección de fiebre puerperal experimental en un cierto número de animales.
Hebra, declaró en la Sociedad Médica de Viena que el hallazgo de Semmelweis gozaba de gran interés para el porvenir de la cirugía y de la obstetricia, y solicitó el inmediato nombramiento de una comisión para examinar, con toda imparcialidad, los resultados que se habían obtenido. Pero la tarde de “ciencia” y “académicos” terminó en una verdadera batalla campal de insultos y calumnias hasta llegar a zurrarse.
El ministro prohibió entonces que la comisión se reuniera y obligó a ser Semmelweis abandonara Viena lo más pronto posible.
Cuando regresó a Budapest el ambiente social y político ya estaba muy enrarecido. Sucedieron muchas cosas que aquí no caben, pero, en definitiva, la personalidad de Semmelweis comenzó a deshacerse. En 1848 se produjo comenzó la revolución húngara.
Semmelweis vivía humildemente del ejercicio de la medicina. Por si fuera poco, dos desgraciados accidentes le provocaron fractura de brazo primero y de pierna después. Quedó incapacitado e inmovilizado en su cama. No murió de hambre y frío gracias a sus amigos que lo impidieron. Corría el invierno de 1849.
Su amigo el cirujano Lajos Markusovszky fue a Budapest a ver a Semmelweis y escribió a Skoda para contarle la situación. Consiguieron que Birley, director de la Maternidad de San Roque, lo aceptara durante unos meses si renunciaba a “sus ideas”. Semmelweis, sin embargo, no hizo nada nuevo, ni siquiera fue a ver a Birley.
Un día un médico le llevó un mensaje. Le contó que el obstetra Gustav Adolf Michaelis se había suicidado. Atendió un parto de una de sus primas, la infectó y murió de fiebre puerperal. Investigó si era él el responsable. Días antes había atendido a mujeres con fiebre puerperal y no guardó las debidas precauciones. La culpa le lanzó a la vía del tren.
Este hecho hizo despertar a Semmelweis que fue a ver a Birley. Mostrándose cauto con sus ideas obtuvo tiempo para escribir su única obra: La etiología de la fiebre puerperal.
Muerto Birley se hizo cargo de la maternidad e impuso sus ideas. De nuevo burlas, enemistades… incluso se dice que sus ayudantes no se lavaban las manos con plena conciencia para aumentar el número de muertes.
Poco a poco Semmelweis entró en demencia hasta convertirse en miseria moral a principios de 1865. Hacía cosas raras. Incluso abrió un cadáver, se impregnó de pus y se hizo a sí mismo una incisión. Enfermó.
Conocedor de tal degradación, Skoda fue a Budapest a buscar a Semmelweis para trasladarlo a Viena. Nada más llegar el 22 de junio de 1865 fue conducido al asilo de alienados. Tras una agonía de tres semanas murió allí el 16 de agosto de 1865.
Luego se ha dicho que esa última fase de Semmelweis se debía a una sífilis terciaria.
Esta historia debe ser motivo de reflexión para muchos científicos sobre sus conductas.
Hasta casi cincuenta años después de las observaciones de Semmelweis, gracias a Pasteur y a Koch, no se supo comprender sus ideas. Lister, del que nos ocupamos en otro vídeo, tuvo más suerte y su idea de la antisepsia fue aceptada finalmente con éxito.
Ya en el siglo XX, conocido el valor de la higiene y de la medicina preventiva, los gobiernos de diferentes países fueron introduciendo estas ideas entre la población en general y especialmente entre los niños.
Un ejemplo es la película corta Hand washing in patient care, del Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos que se lanzó con afán educativo en 1961.
Este otro, del Communicable Disease Center, de los Estados Unidos, Hand washing in patient care, de 1962, es otro ejemplo.
Carteles, cartillas de higiene, libros de texto, etc., se llenaron de estas recomendaciones.
Más recientemente, en el brote de SARS que surgió en el Hospital Príncipe de Gales de Hong Kong en 2003, las autoridades sanitarias informaron al público que lavarse las manos ayudaría a prevenir la propagación de la enfermedad, causada por un coronavirus.
Ahora, con el COVID-19, todos las autoridades de todos los países han vuelto a insistir en el tema: Semmelweis sigue más vivo que nunca.
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Vídeos
Hand washing in patient care
Contributor(s): Coppage, Claire M.
United States. Public Health Service.
Publication: [Washington, D.C.] : U. S. Public Health Service : [for sale by National Audiovisual Center; Atlanta : for loan by National Medical Audiovisual Center, 1961]
The National Library of Medicine believes this item to be in the public domain
https://collections.nlm.nih.gov/catalog/nlm:nlmuid-7601415A-vid
The nurse combats disease
Contributor(s): Lester, Mary R., McDonald, Ellen.
Communicable Disease Center (U.S.)
Publication: [Atlanta]: The Center : [for loan by National Medical Audiovisual Center ; Washington : for sale by National Audiovisual Center], 1962
The National Library of Medicine believes this item to be in the public domain.
https://collections.nlm.nih.gov/catalog/nlm:nlmuid-7602239A-vid