A los pocos días de publicarse la primera noticia en El Imparcial sobre el ‘606’, uno de los periodistas y comentarista más reputado de la época, Mariano de Cavia (1855-1920), se hacía eco de la misma. Cavia nació en Zaragoza en 1855, donde estudió derecho y comenzó a destacar en la prensa local. Marchó luego a Madrid y trabajó en los diarios más prestigiosos de la época; primero en El Liberal, después durante una década en El Imparcial tras una breve estancia el Heraldo, y más tarde en El Sol. En 1916 fue elegido académico de la Real Academia de la Lengua, aunque no tomó posesión debido a su precario estado de salud. Como nota curiosa, vivió siempre en un hotel y tenía un piso en el que guardaba su biblioteca.
Reproducimos, a continuación el artículo publicado bajo el título de su columna Cháchara:
Lo que es por falta de motes no se quedará el año que corre sin ocupar un puesto de los más salientes en la historia del siglo actual.
Se le puede denominar el año del cometa engañoso, el año del cólera discretito (al menos hasta ahora), el año de la ‘huelguitis’ crónica, el año de la exaltación de Don Dalmacio, y ante todo y sobre todo, ‘el año del 606’.
Número bendito, número afortunado, número milagroso, número digno de toda admiración y reverencia… Cuando halléis el 606 en un coche de punto, apresuraros a subir en el simón, aunque sea sin rumbo fijo, porque no podrá menos de conduciros hacia la Fortuna, hacia la Felicidad.
Si encontráis el 606 bajo la prosaica figura de un guardia de Seguridad, saludad a éste con toda la devoción que merece un verdadero ángel custodio del género humano. Contemplad y venerad en él una auténtica, excelsa y portentosa representación de la Providencia divina o de la Ciencia humana, según seáis deístas o positivistas.
Y principalmente, oh jugadores de la Lotería Nacional, proceded sin tregua ni descanso a la busca y captura del billete que ostente el privilegiado, el mágico, el deslumbrador número 606. Imposible que ese billete deje de trocarse en un puñado de los otros que emite el Banco de España.
Por de pronto, un efectivo premio gordo ha tocado a la Humanidad con el celebérrimo 606 del doctor Ehrlich, si es cierto, como parece serlo, que ese preparado —más valioso que la misma piedra filosofal— cura de un modo definitivo aquella terrible dolencia que, según dicen, se vengó de sus descubridores y conquistadores europeos la que llamó Quintana ‘virgen del mundo, América inocente’.
La sencilla y clara denominación de «606» quedará para siempre. Es el mejor y más legítimo alarde que el doctor Ehrlich tiene derecho a hacer de su tesón a toda prueba; porque antes de acertar con el remedio que hoy constituye la gran actualidad médica y humanitaria, el profesor alemán se había ensayado con la friolera de otros seiscientos cinco productos análogos y conducientes al mismo fin.
No; en verdad que ante ese éxito sensacional no se dirá que ‘la obra estrenada se resentía de falta de ensayos’. Y si el estruendoso triunfo del profesor Ehrlich queda asegurado con toda la solidez que es de desear, a pocos hombres como a ese Alcides de laboratorio, vencedor de una hidra mucho más temible y cruel que la de Lerma, se podrá aplicar la sabida definición: ‘El genio es la paciencia’.
¡Hurra, pues, por el 606 y por su descubridor! ¡Y viva (toma carrerilla, lector, para lanzar este vítor) viva el biclorhidrato de diamidoarsenobenzol!… Tal es el nombre técnico del prodigioso preparado. Se comprende que el bueno de Ehrlich no haya querido imponernos tan molesto trabalenguas a los que tenemos expedita la dicción; si bien, en opinión del profesor Humbugman, el constante y metódico nombrar al ‘bicloridrato de diamidoarsenobenzol’ sería un excelente remedio para la tartamudez.
No hay mal que por bien no venga, y viceversa.
La verdad de ese aforismo vulgar viene a comprobarla otro eficacísimo ‘medicamento’, digámoslo así, contra el cólera, que en competencia con el suero de Mechnikoff y Salumbeni, preconizan un virtuoso general y un bizarro sacerdote, sin apartarse (¡fuera las teorías razonadas!) de los modestos límites del empirismo casero.
El general Thory ha comunicado a un diario parisiense la gran receta del padre Janin, vicario apostólico en Cochinchina. No dicen si el tal padre Janin tiene algún parentesco con el humorístico autor de ‘El asno muerto y la mujer guillotinada’.
¿En qué consiste la receta de este señor vicario, no menos empírico que el de Zarauz pasado ya de moda?… Pues en administrarse copiosos tragos de aquel dañino brebaje que ciertos poetas melenudos bautizaron (poca agua y mucho ajenjo) con el nombre de ‘la Musa Verde’.
Según el susodicho padre de almas., y de licores fuertes, el ajenjo, ampliamente libado, sienta como ‘mano de santo’, no ya , a hombres en pleno vigor, pero a mujeres, viejos y niños, atacados del cólera.
—Yo mismo (declaró el vicario al general) he tenido el cólera tres veces. En la primera, la enfermedad se manifestó de súbito con vómitos y deposiciones que me dejaron absolutamente aniquilado. Bebí un tercio de litro de ajenjo; me quedé dormido, y a media noche desperté curado del todo. Del segundo y tercer ataque me curé, tomando dos vasitos de ajenjo, como vasos para el vino de Burdeos, en una taza de té bien caliente.
No sé por qué, se me figura que el empírico tratamiento del padre Janin contra ‘el cólera de origen asiático’ va a encontrar más creyentes que la sabia medicación del profesor Ehrlich contra el otro ‘morbo’ de procedencia americana. Y es probable que, así como en las cervecerías ocupa lugar preeminente la efigie del rey Gambrino, se ponga muy pronto en los despachos de bebidas alcohólicas el retrato del padre Janín, bienhechor de la humanidad… y de la ‘Maison Pernod’.
Peligrosillo remedio, a decir verdad, el del vicario apostólico en Cochinchina; porque muchos de los curados del cólera, contraerían el funesto vicio del ajenjo, siquiera por gratitud. Y sería como salir de Malaguita para entrar en Malagón.
Lo dicho. No hay mal que por bien no venga, ni bien que no ocasione algún mal. También esta es filosofía empíricamente pura. Se la brindo, a las comadres, al general Thory y al vicario apostólico… del ajenjo.
Mariano de Cavia. El Imparcial, miércoles 7 de septiembre de 1910, p. 1

[Proyecto HAR2008-04023]