Homenaje a Darwin de los estudiantes de medicina de Valencia (1909). Parte 30

Segumios insertando los artículos que aparecieron en la prensa de la época sobre el Homenaje que se tributó a Darwin en Valencia en 1909. Hoy, un artículo que hace referencia a Unamuno y la «descatolización». Después de cien años, creemos que muchas cosas de las que se dicen siguen vigentes. Fue publicado en El Pueblo, el 3 de marzo de 1909.

“… Voila l’ennemi”

Las conferencias de Unamuno

Importancia extraordinaria han revestido los discursos pronunciados por el sabio humanista, dignísimo rector de la Universidad de Salamanca, D. Miguel de Unamuno, en el paraninfo de nuestro primer centro docente y en la rotonda de nuestro primer centro político, con motivo de la apoteosis científica, que ha coincidido con el centenario del gran Darwin.

El eximio orientalista ha tenido la fortuna de encender en las inteligencias el fuego de la filosofía, que se manifiesta en las múltiples discusiones, por los varios efectos que los discursos del orador han producido en los ánimos de los oyentes; mágico y misterioso efecto de la palabra, de siglos designado con el calificativo de “don de lenguas”, cuya inexplicable grandeza se refirió a la inspiración divina, descendida de lo alto en forma de lenguas de fuego.

La tesis general del Dr. Unamuno, lo mismo en el terreno de los hechos que en de las ideas, de la historia que de la filosofía, está condensada en el principio fundamental de la descatolización ética y científica.

El principio de la sabiduría no es el temor de Dios; la religión no es suficiente garantía de la moral y de las buenas costumbres.

Se impone un cambio radical de orientación de los entendimientos que investigan las causas primeras para que las ciencias corran libres de todo obstáculo, de todo prejuicio, por despejadas sendas, y una nueva moral, congruente con el verdadero concepto de humanidad, dulcifique el trato y suavice las costumbres de los hombres, uniéndoles con los lazos del amor en una sola y gran familia.

El doctor Unamuno supone, con tanta razón como acierto, que para llegar a aquella solución general hay un obstáculo histórico —entre nosotros el principal y acaso el único:— el catolicismo; de aquí su empeño, que no es solo el suyo, de descatolizarnos.

El insigne rector de la universidad de Salamanca cree, como muchos creemos, que el catolicismo no puede resistir a la crítica científica y desearía que todos fuéramos teólogos para poder emprender con acierto la disección de los dogmas hasta llegar con el escalpelo a la misma unidad de esencia y trinidad de personas y convencernos de que esta clase de dioses los hizo el hombre a su fantástica imagen y semejanza.

La idea de Dios, tal como la sorprendemos en la historia, ha sido impuesta, efectivamente, por los teólogos. Los primeros códigos de los pueblos más antiguos son de carácter esencialmente religioso.

Los Vedas, el Avesta, la Iliada y el Pentatéuco son obra de fundadores de nacionalidades que se hicieron pasar por familiares de la divinidad: Moisés, Manou, Buda, Confucio, Menés, Minos, Numa, Orfeo, Hermes y Zoroastro, son teólogos y sagrados legisladores, inventores de dioses que encajan en el ambiente de sus épocas, de los que son copias o trasuntos el Baiame, el Nambajandi y el Wuruagura de los australianos.

Los polinesios adoran a Raitubu y a Taaroa; los isleños de Borneo, a Tenabi; los Pieles Rojas a Michabu; los iroqueses a Tarouhiwagou.

Las razas autónomas de la América Septentrional adoran: los guaranís a Tamoi, los araucanos a Pillan, los incas a Viracocha y los mejicanos a Tezcalipoca.

Es decir, que el ignorado origen del mundo y de la humanidad lo ha fingido el hombre y lo ha personificado, según el periodo histórico de su existencia, y con arreglo a sus grados de civilización y cultura. esto es, a su imagen y semejanza; constituyendo un fenómeno psicológico y un hecho histórico el instinto reconstituyente del proceso de la existencia, en el que la fantasía, el interés o la necesidad han sido los únicos datos del problema.

El hombre se encontró agrupado en la superficie del planeta, y queriendo, con natural ansiedad, conocer su origen, se ha visto, con la imaginación, mecido en su cuna por manos divinas, allá en las vetustas regiones del misterio.

El Júpiter de los griegos, Zeus Pitar de los helenos, el Jehová de los israelitas, el Deus de los romanos o el Alah de los africanos, como el Siwa de los chinos, no son más que creaciones menos groseras de los teólogos de Oriente y Occidente.

El catolicismo, en su afán de acreditar el adjetivo, ha reunido en sus teogonías con el auxilio de la escolástica, todas las aberraciones, todos los horrores de todos los dioses personales; y del Panteón romano y del Olimpo griego, se ha construido un cielo para perpetuo alojamiento de sus innumerables deidades, mayores y menores, masculinas y femeninas.

Naturalmente que si todos conocieran a fondo la teología católica, desaparecería el catolicismo, y más pronto si conocieran su moral y si tuvieran noticia de su historia.

Todos los grandes impugnadores del catolicismo fueron teólogos como Focio, Miguel Cerulario, Basilides y Marcial, Juan Hus, Jerónimo de Praga, Lutero, Calvino, Mahoma, Zuinglio, Wiclef, Carlostadio, Jordán Bruno, Savonarola, Teyerand, Matamoros, Voltaire y los enciclopedistas; y entre nosotros, basta con leer la historia de los heterodoxos españoles, de Menéndez Pelayo, para convencerse de que no vamos a la zaga de la universal protesta.

Ahora; que la lucha del presente contra el catolicismo, entiendo que no tiene carácter teológico, que no es religiosa, porque nadie piensa en sustituir el catolicismo por otra religión cualquiera; para eso haría falta, como primera materia, la fe, y la fe se ha perdido completamente.

Nuestro intento de descatolizar no debe ser teológico, sino político, social y ético. Las creencias ajenas y sus naturales manifestaciones, son dignas de todo respeto cuando son tranquilas, cuando no molestan a los demás. El catolicismo es de suyo batallador, rebelde, agresivo, dominante, absorbente y explotador; y no es que le ataquemos, es que nos colocamos prudentemente a la defensiva de sus ataques.

Nosotros no queremos descatolizar los sentimientos, sino la política y las costumbres.

No pensamos descatolizar por los medios que empleó el catolicismo contra los paganos, los judíos, contra los mahometanos, contra los protestantes, a quienes quemó vivos, arrojó de sus dominios y robó sus haciendas.

Ni siquiera emplearemos contra los católicos la difamación ni el boicotaje, tan corrientes en sus menguados procederes. Unicamente les apartaremos de nuestro camino como un estorbo, sin concederles otros derechos que los comunes y ordinarios que corresponden a las instituciones humanas en los Estados libres. La humanidad ya no tolera legisladores en íntimo contacto con los dioses, ni cifra sus esperanzas en halagadoras promesas de eternas bienaventuranzas ni le inquietan los temores del Tártaro.
Y porque el catolicismo ha conturbado la paz de los espíritus, de los hogares y de la nación, hemos de someterle a duros reglamentos y a extrema vigilancia; por lo menos hasta que se considere fracasado y vencido. Y ¡ay de nosotros si no consiguiéramos lo uno y lo otro!

Todo esto no lo ha dicho Unamuno en Valencia, sin duda por delicada cortesía, por figurarse, atenido a las apariencias, que este pueblo es devoto, lleno de atávicos prejuicios; cuendo es todo lo contrario: un pueblo cultisimo, eminentemente progresivo y racionalista. Si en alguna parte se desea con ansiedad la secularización del estado y de todos los servicios públicos es en Valencia; si la descatolización de las costumbres ha de comenzar, comenzará por Valencia.

Yo jamás me he propuesto ganar el ánimo de los católicos burocráticos, de los que viven y prosperan a la sombra de sus iniquidades, porque de ellas están bien convencidos; y no me llama la atención que muchos liberales disimulen que saben que no es posible ser a la vez católicos y liberales, que el liberalismo no sólo es pecado, sino una verdadera herejía, muchísimas veces condenada con excomuniones de todo género, en Bulas, Encíclicas, Rescriptos y Motus propios de los Papas, pastorales de obispos y toda clase de documentos oficiales eclesiásticos.

Nuestras leyes fundamentales, nuestros códigos, nuestra magistratura, nuestro Gobierno, nuestras instituciones, por ser liberales, están fuera del gremio de la Iglesia católica; sin embargo, nadie quiere declararlo; y porque van a misa y se acercan de vez en cuando al confesionario de un jesuita mañero o cura agradecido (de los que están en el secreto) o se tratan con el señor obispo, se dan por engañados, suponiendo que engañan a los demás.

Este sistema, que no me atrevo a calificar de hipócrita por temor a ofender a las tres cuartas partes de los españoles, es la última fase del catolicismo burocrático, explotada por el clericalismo, con abuso manifiesto de los irritantes privilegios que disfruta.

El comerciante, el industrial y hasta el obrero, han de fingirse católicos al uso, muchas veces, para salvar el pan de sus familias, ante otros que lo fingen también para acrecentar sus honores y sus rentas. Concluir con esta situación, harto violenta, es verdaderamente descatolizar las costumbres y a ello vamos con entusiasmo y con decisión, seguros de prestar a la patria y a la humanidad, a la ciencia y a la libertad un gran servicio.

Descatolicemos el Estado, a título de legítima defensa, de injustas agresiones y de continuos peligros; que cuando obispos… [se corta aquí].

El Pueblo, 3 de marzo de 1909

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