Insertamos, a continuación, la tercera parte de la segunda conferencia que pronunció Unamuno en Valencia. Lo hizo para el Ateneo Científico, pero el acto se celebró en el Paraninfo de la Universidad.
Si a esta gente que adquiere un poco de ciencia, a trompicones, a retazos, en traducciones, no muy buenas, de cosas que no entiende, sin disciplina, hubiera un modo de encarrilarles, de hacer que tomaran un poco de disciplina, que se orientaran, que aprendieran las cosas por el principio, creo que toda la vía, todos estos sentimientos bravíos, todas estas pasiones, todos estos instintos, podrían encarrilarse para fines muy útiles; pero resulta, desgraciadamente, que se les abandona; que tengan, por ejemplo, esa pasión por el hombre, eso está muy bien, El hombrees un hombre idea, como una idea cuando tiene valor es una idea hombre, es decir, es una idea viva y no puede separarse el pensamiento de la acción.
El principio del cuarto Evangelio según Juan, o según el evangelista Juan, tiene una especie de introducción muy interesante que ha dado lugar a una porción de controversias, en la cual se dice que en el principio era el verbo, esto es, la palabra.
Goethe corrigiendo esto en el “Fausto”, decía: “En el principio era la acción”. Y leyendo yo a Goethe, y repasando el Evangelio de Juan, decía: “Bueno, ¡qué diferencia hay de la palabra a la acción?” Porque yo oigo hablar de la palabra y la acción y todavía no he visto qué diferencia hay entre eso. Lo más curioso es que los que hablan más execrando la palabra y diciendo que no basta hablar sino obrar, son los políticos, cuyo modo de obrar es hablar y llaman un acto a un discurso. Y en cambio, cuando habla otro no es acto. Yo todavía no me lo he explicado: ha hecho un acto y lo que ha hecho es un discurso. No sé qué diferencia hay.
La idea no es, después de todo, más que un acto comprimido, y a la vez un germen de un acto, puede ser que esté equivocado, de una manera estrictamente psicológica. Una idea no es más que una acción abortada, que antes de llegar a terminación queda encerrada dentro.
Yo no ´se, pero supongo que acaso la idea de que voy a mover el brazo es empezar a moverlo, y antes de llegar al movimiento hay una dificultad y queda abortada. Es una de las maneras como me explico que cuando se hipnotiza a uno y se le deja en una especie de estado vacío de conciencia y se le echa una idea, ésta se traduce, hasta llegar el acto, porque no tiene el obstáculo de la conciencia o raciocinio.
La historia nos enseña por otra parte que los espíritus que han pasado por más contemplativos han sido los más activos. Cuando las órdenes religiosas han necesitado para sus negocios temporales un hábil diplomático, uno que les lleve adelante los asuntos, es muy frecuente que lo hayan buscado entre los más contemplativos, entre las gentes que parecía que se estaban cerniendo por las nubes; y la historia enseña también que cuando esos que han pasado por espíritus místicos, por gentes que andan en las nubes, perdidos en éxtasis y en contemplaciones extramundanas, han venido al terreno de la acción, han resultado los hombres más astutos, los más activos y los que sabían mejor a dónde iban. Ahora, que hay otros que no andan en las nubes, que no andan en ninguna parte.
Y después de todo, el pensamiento mismo, ¿qué es para nosotros, sino una manera de justificar nuestros actos? La mayor parte de las filosofías que oigáis exponer a los hombres, son filosofías a posteriori para explicarse a sí mismo su propia conducta. Y así, lo que yo suelo exponer, es una manera de explicarme lo que yo hago. Todo el mundo tiene la necesidad de ser lógico, de hacer las cosas por alguna razón, por algún fundamento, y cuando no saben lo que hacen por qué lo hacen, inventan. Para cohonestar grandes picardías han inventado las gentes la ‘filosofía de la picardía’ y hasta para cohonestar sus tonterías, inventan los tontos una especie de filosofía de la tontería, lo cual demuestra, que no son tan tontos como parecen (Risas).
Una vez, y lo recordaba hace poco, me decía uno: “Si yo no creyera en el infierno, haría cosas horrendas, sería un gran criminal”; le dije: ¡Bah! si usted no creyera en el infierno, seguiría haciendo las mismas cosas que hace y no haría usted otras. Lo que hay es que entonces y para explicarnos por qué no hace usted cierta cosas, inventaría otra teoría cualquiera. No es el miedo al infierno lo que le haría a usted no hacer eso. Es el haber inventado el miedo al infierno. “Pues entonces, ¡por qué no lo hago?” “¡qué se yo!” Porque han educado a usted así, porque sus padres y abuelos le han hecho así, porque en último término está la guardia civil ahí detrás (Risas y muchos aplausos).
Y es que la idea no es nunca un concepto rígido, no es una cosa estética, no es una cosa de programa, es algo que se pliega, es algo que vive, lo mismo que un organismo, es algo que tiene flexibilidad. Y la filosofía que hace falta aquí, es una filosofía que guíe nuestros actos, pero una filosofía que que explique también los actos nuestros.
Viniendo al caso concreto de todas estas divagaciones un poco descosidas y algo incoherentes, yo tengo una cierta acción, llevo unos cuantos años escribiendo y acaso hablando más de lo debido. Hay una razón para eso, y hay también, y sentiría entrar en un terreno muy lírico (voy a contenerme lo que pueda), algo que aquiete y sofoque preocupaciones, inquietudes y tormentos interiores, y para eso expliqué mi idea; una especie de filosofía, una filosofía personalísima lo más absoluta, y aún prediqué el deber de cada uno a imponer el sello de su personalidad a los demás, y una ética agresiva e impositiva.
Y es aquí en este país, en España quiero decir, donde tanto se habla de personalismo, donde el ‘fulanismo’ tiene tanta fuerza, es uno de los países en que menos se respeta la personalidad ajena: molesta la personalidad. Aquí se tolera a un hombre que piense de tal o cuál manera, pero a uno que tiene o quiere tener una fisonomía, ese es “un tío que carga” y como yo sé que cargo a mucha gente acentúo mi personalidad.
He conseguido, y se consigue y consigue todo el mundo, cierta tolerancia y cierto respeto a las ideas. Lo que es difícil conseguir, es la tolerancia al modo de exponerlas, es a la manera de ser, es a las costumbres, es a las cosas externas.
Hasta me he encontrado alguna vez con quien me ha dicho “Bueno. Usted piense como quiera y ande con todas las paradojas, pero póngase usted corbata”. (Risas). Pues por eso no me la pongo precisamente (Más risas). Y que no se respeta la personalidad, ni interesa la personalidad, hay un dato que lo demuestra, más que ninguna otra cosa. Cualquier literatura europea es más rica que la española en biografías, en autobiografías, en memorias, en cartas de hombres que han tenido una cierta acción pública.
En la literatura inglesa, sobre todo, una de las cosas que más encantos puede producir al lector, es la gran cantidad de libros biográficos, autobiografías y colecciones de cartas.
No bien acababa de morir Gladstone, se publicó una biografía magistral de Gladstone.
Ayer hacíamos aquí un homenaje a Darwin, y se puede leer en libros, muy encantadores por cierto, alguno de ellos de su hijo, cosas de quién era Darwin.
Desde que yo tengo uso de razón, he visto desaparecer de la escena pública en España una porción de hombres que han tenido una gran influencia, muchos de ellos un gran valor, ya en la política, ya en las letras, ya en las ciencias.
Todos nosotros, la mayor parte, hemos vivido en tiempos en que ha muerto Cánovas, en que ha muerto Sagasta, en que ha muerto Romero Robledo, Campoamor, Nuñez de Arce, artistas; ¿qué biografías veis por ahí de ninguno de estos hombres que merezca la pena de leerse? Ni una, que yo conozca. ¿Y de cuál de ellos se ha publicado notas íntimas, recuerdos, cosas personales, colecciones de cartas? De ninguno. Para el hombre queda su nombre en la historia, porque ha hecho una u otra obra, más la nota personal, la íntima, de esa no sabemos nada, porque en rigor, la personalidad no interesa nada.
Los más adictos a uno de estos hombres, cuando han tenido la eficacia de una fuerza política, cuando han podido repartir favores, cuando han sido fuerza de la cual emanaban poder e influencia; alguno de los hombres que más les han rodeado, apenas han muerto se acordarán de ellos, pero parece como si no se acordaran.
El culto al hombre por el hombre mismo, no al ministro que daba credenciales, sino al poeta o al escritor que ocasionaba un buen rato con su conversación o con sus libros, esto no se encuentra entre nosotros, y es que con tanto personalismo, con tanto fulanismo, no hay respeto ninguno a la personalidad. Yo no sé si la masa tiene una especie de individualismo atómico y cada cual se cree tanto como cualquier otro, y por consiguiente, ¿por qué le ha de interesar el prójimo? o es porque no hay verdadera personalidad.
Hay mucha gente que tiene hasta una atención relativamente pública, yo dudo que tenga una lírica, que le pasa algo por dentro. El hombre, el hombre es lo único más interesante que puede haber en una sociedad. Y aquí si acaso no hay pueblo, no hay una sociedad con conciencia, es porque tampoco hay individuos que la tengan, hay muy pocas personas que lo sean realmente. Hay sí un individualismo, pero un individualismo sin personalidad, y si esto parece un poco paradójico, voy a ver si con una especie de rodeo y con un procedimiento metafórico puedo explicároslo. Cabe que haya una serie de vasijas muy firmes, muy duras y recias, con unas paredes verdaderamente resistentes, todas iguales, y que estén llenas de un líquido exactamente igual en todas ellas y el más homogéneo, el más igual, o que no estén llenas de nada, o que estén vacías.
Estas son unas vasijas que tienen una gran individualidad; se diferencian de las demás si acaso, pero personalidad no tienen ninguna, no tienen contenido. Y cabe, por el contrario, que haya una serie de células con una membrana delgadísima a través de la cual se verifique una ‘exmosis’ y ‘endoxmosis’ muy fácil, y que estén llenas de líquido, diferentes unos de otros, muy heterogéneos. Puede un hombre tener una gran personalidad, un gran contenido interior, una gran riqueza espiritual, y sin embargo no tener esas paredes rígidas; y por el contrario, pueden estar metidos dentro de una concha, o de ese caparazón, y estar vacío. Y a mí me hace el efecto, de que éste mi país, de que ésta mi patria, es un pueblo de cangrejos, de hombres que tienen un caparazón muy duro, muy recio, lleno de pinchas, y todos tienen por dentro la misma carne, o no tienen ninguna. No tienen más que individualidad, la personalidad en absoluto se borra. Mientras no haya hombres con una riqueza interior adquirida, no sólo con el estudio, sino tal vez cultivando inquietudes y preocupaciones que la mayoría trata de apartar, no creo que haya verdaderamente una sociedad….
(Continuará) El Pueblo, 24 de febrero de 1909
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