‘El Crash de la información’, de Max Otte

En tiempos revueltos se buscan explicaciones que no se encuentran hoy en los canales habituales. Y no me refiero a esos medios que cualquier persona sensata descartaría desde el principio. No, hablo de aquéllos que desde la serenidad y objetividad informaban a la vez que explicaban los hechos de forma pedagógica para el ciudadano de a pie. Lamentablemente las cosas están cambiando demasiado deprisa para mal. Todo ello, además, en el seno de eso que los fabricantes de rótulos para todo, llaman “sociedad de la información y del conocimiento”.

Por suerte —como se suele decir— si se busca, se encuentra, ya sea en Internet, en las librerías, entre las páginas de los periódicos o en otros medios. En ese contexto quiero recomendar el libro El crash de la información. Los mecanismos de la desinformación cotidiana, de Max Otte. Está publicado en mayo de este año en Ariel. El original creo que es del año pasado y el traductor es Juanmari Madariaga. En ciertos círculos Otte es conocido. En 2006 publicó un libro que llevaba el profético título ¡Que viene la crisis!, que lo hizo famoso. Es doctor por la Universidad de Princeton y en la actualidad es profesor en el Instituto de Ciencias Aplicadas de Worms a la vez que dirige el Instituto de Desarrollo Patrimonial de Colonia, entre otras cosas.

El libro se lee bastante bien, aunque algunos capítulos o páginas de contenido muy económico son más difíciles de digerir para los que no estamos acostumbrados a este tipo de literatura. Son imprescindibles, no obstante, para comprender el origen de la actual crisis financiera y su desarrollo. Aunque poco tiene que ver el tema con un historiador de la medicina, hay que señalar que las crisis de lo económico tienen repercusión inmediata en la vida cotidiana y desde luego en lo que es la organización de la educación, de la enseñanza y de la asistencia médica de un país. Creo que el mundo académico asiste con mucha alegría y sin ningún tipo de crítica a una serie de cambios que tienen un sello inconfundible que poco tiene que ver con los valores que hasta ahora nos han alentado.

El libro no solo trata de explicar la actual crisis, el colapso de los mercados financieros sino que va más allá. Se adentra en el mundo de la desinformación en el que estamos totalmente inmersos. Nos engañan sin grandes disimulos las grandes empresas. Pensemos por un momento en nuestra experiencia con las distintas marcas que ofrecen servicios telefónicos; tarifas engañosas y condiciones plagadas de cláusulas ocultas, por no hablar de la calidad de los servicios. Se refiere también a otro ejemplo palmario: cómo las grandes empresas de alimentación desorientan al cosumidor en todos los aspectos: desde el peso de los productos, a sus características nutritivas, pasando por su precio, etc. Se trata de prácticas totalmente ilegales pero que los estados permiten. Otro ejemplo que acomete de forma minuciosa es cómo se desenvuelven los bancos con sus clientes.

Pero el libro va más allá. Nos cuenta también lo que al principio trataba de apuntar: cómo los medios de comunicación, cómo los periodistas contribuyen a la desinformación. Incluye aquí a todos los que se expresan a través Internet, medio que muchos creen de forma ingenua que va ser “la salvación del mundo”.

Algunos aspectos del libro apoyan sensaciones personales que nunca había visto expresadas de esta forma clara. Me refiero a las distintas formas que tienen de ver las cosas el mundo anglosajón y la Europa continental. La diferencia es grande y está también en la base de los problemas que están surgiendo actualmente en muchos aspectos sociales, por ejemplo la enseñanza, la investigación y la difusión de conocimientos. El autor proporciona referencias a los clásicos y pone varios ejemplos al respecto. Desde hace unos años asistimos a una entrega acrítica a todo lo anglosajón. No se necesita ser ningún gran pensador para darse cuenta de que con una lengua no sólo penetran significados sino que entran también valores, normas, símbolos, ideas y creencias, conductas… formas de ver el mundo, en definitiva. Por otro lado, la continua obsesión consciente e inconsciente de llevarnos a todo hacia la misma orilla, de entregarse sin condiciones ni matices, resulta terriblemente empobrecedor. Pero, eso sí, para otros supone negocios suculentos. Los ejemplos que utiliza el libro, como la mayoría, hacen referencia a Alemania, lo que es un valor añadido.

Incluso el autor se atreve a dar algunas soluciones, a proponer algunas recomendaciones para el lector, lo que tampoco suele ser habitual. Aunque las recetas no son una gran cosa, creo que el mensaje sí es claro: que se fomente el espíritu crítico. A los ‘globalizadores’, a los sinvergüenzas’ y ‘bribones’ que nos acosan durante todo el día no hay nada que les siente peor que les contradigan con argumentos.