Viene de aquí, Parte 24
Insertamos, a continuación, la última parte de la segunda conferencia que pronunció Unamuno en Valencia. Lo hizo para el Ateneo Científico, pero el acto se celebró en el Paraninfo de la Universidad.
Civilización viene de ‘cives’, ciudad, y lo contrario de civilización es ruralización. Hay que acabar con el espíritu rural, y en vez de que se metan los campos en las ciudades, es el espíritu de las ciudades el que hay que llevar a los campos. Para acabar el fermento de discordia, la barbarie y el procedimiento instintivo, hay que extender el espíritu de las ciudades a los campos. Esta mañana, viendo desde lo alto de la torre esta ciudad como una especie de rebaño esparcida, me hacían notar, y es cierto, que así como en otra parte, en Castilla por ejemplo, donde termina la ciudad empieza bruscamente el campo, desde que un núcleo de casas interrumpe, luego viene la campiña, aquí se va difuminando, se va poco a poco, y no se sabe dónde termina el campo y dónde empieza la ciudad, y entonces yo pensaba: ahora lo que hace falta es saber una cosa que yo no sé, y si esto también se repite en el orden espiritual, si esto significa que es es la ciudad la que va hacia el campo o es el campo el que va viniendo y se mete en la ciudad. Si esto es lo segundo, no hay movimiento de cultura posible, y siento tener que herir acaso sentimientos de campesinos. Ea es la verdad.
La ciudad es en todas partes el núcleo de la región, y si aquí ha de haber región, lo que primero hace falta es que haya ciudad con propia conciencia colectiva y con ciudadanía. La ciudad ha sido el origen de la civilización en todas partes y aquí como en todas partes tiene que serlo.
Afortunadamente, parece que va poco a poco haciéndose, no lo bastante; aquí no sólo tenéis una ciudad, sino tenéis también una ciudad universitaria; yo no lo sé, no hago más que dirigiros una pregunta, y cada uno se la contestará.— Esta institución, esto que llamamos universidad, y que debe ser más que una fábrica de licenciados en Derecho, en Medicina, o lo que quiera, porque mientras que no sea más que fábrica de esto, seguirá sujeta al régimen de las fábricas, ésta, ¿tiene alguna influencia en la ciudad? ¿Llega de alguna manera al pueblo? ¿Es una cosa popular? ¿Hace o contribuye hacer conciencia?
Si no contribuye a hacer conciencia está perdido esto, no vive, vegeta la vida más triste y es una oficina como puede serlo la Delegación de Hacienda, en la que uno tiene el ‘negociado’ de Historia, otro tiene el negociado de Patología, otro tiene el negociado de Derecho Mercantil, y cada uno tiene su negociado, despacha, y andando. Eso no es Universidad.
Siempre que he llegado a una ciudad universitaria, y os lo dice un universitario, que se jacta y se gloria de serlo, siempre que he llegado a una ciudad universitaria, he procurado hacer una visita a las librerías y saber si se venden muchos o pocos libros y qué clase de libros se venden. Claro que excluyo los libros de texto, esos no son libros generalmente. (Ovación). Siempre me he dicho: “Si esta institución no ha conseguido que se desarrolle aquí el culto al libro que se compren, que se lean, ¿qué es lo que ha conseguido? Porque hora es ya de entrar en un terreno absolutamente práctico. Una de las cosas que más hacen falta en España es instituir un poco el culto al libro. Que no haya el horror tan grande que hay al libro. Y cuando se ha hecho algo en este sentido no han sido estas instituciones, no hemos sido nosotros siquiera, los universitarios, ha sido algún modesto editor que ha tenido un poco de acierto y capital, y un poco de arrojo, el que ha hecho esta obra.
El culto al libro es una de las cosas que más hay que desarrollar. El saber leer y escribir importa poco, si la gente no sabe lo que lee y lo que escribe, o lee y escribe cosas que lo mismo da que no las leyera ni las escribiera.
Y hay un horror tal al libro, tan grande, que yo conozco a una persona que estando en Madrid va al teatro todas, todas absolutamente todas las noches. Una vez se encontró acatarrado, no pudo salir de casa, pero su catarro no le impedía leer; en fin, estaba hasta levantado. Cualquiera diría que un señor que se gastaba dos, tres y cuatro pesetas cada noche en el teatro, ya que no podía salir, que se comprara un libro que le costara tres pesetas y tenía distracción para tres noches. No, señor, no lo compraba y se pasaba el tiempo echado encima de la cama. Le dije: “Hombre, ¿por qué no compra usted un libro?”. Y me dio la contestación más peregrina: “Y luego de leerlo, ¿qué hago yo con él?”.
Al hombre le dolía hacer el gasto, y luego ¿dónde colocaba el libro?
Es lo mismo, le dije, que si cuando me llama usted a comer y me trae una chuleta le digo: “No, no como, porque luego de haberla comido ¿qué hago de ella?” Por una parte el cultivo del libro y por otra —y en esto me dirijo a los jóvenes— una especie de amor, a lo que en el sentido no abstracto de la palabra, se puede llamar lo clásico, a la lectura y conocimiento de quellas obras fundamentales del espíritu humano, de aquellas cosas que no son como los hitos de la historia. Tengo observado en la mayor parte de los muchachos, lo he visto constantemente, que se pasan el tiempo leyendo el último libro del último muchacho que ha salido de Madrid, y leen las cosas de aquellos que conocen por el retrato que llevan en la portada del libro, y saben lo que ha publicado Juan Pérez, José Fernández, el muchacho de allá y el de más allá, y llegan a cierta edad, por ejemplo, tienen afición a la literatura, o dicen tenerla, y no han leído a Homero ni a Virgilio ni al Dante, ni a Shakespeare, ¿qué se yo? una porción de las cosas que no se pueden ignorar y con el horror a las lecturas de ese género, se pasan el tiempo en la comparación que a mí se me ocurre hacer.
Se pasan el tiempo comiendo aceitunas y toda clase de aperitivos, se estropean el estómago y luego no comen nada, porque pretenden vivir de aperitivos. Y esta falta de vida en nuestras ciudades que es una cosa que realmente da pena, porque casi todas las ciudades de provincias de España, y creo que esta no es excepción, lo demás sería una cosa exagerada, en el orden intelectual, en el orden del espíritu, están si no muertas, moribundas, no tienen apenas vida intelectual ninguna y una de las desgracias más grandes de España esta especie de centralización de la cultura, yo que en otras cosas soy muy centralista, cada vez más, en ésta lo lamento.
La poca cultura que hay aquí, poca o mucha hay que decir la verdad está concentrada en Madrid. Y esta es una desventaja muy grande y una grande dificultad. Los intelectuales de provincias casi todos emigran a Madrid y se olvidan de su provincia con el tiempo y se da el caso de quien ha nacido campesino, se va a Madrid, se mete a escritor y a los cinco años de estar en Madrid escribiendo, no sabe distinguir el trigo de la cebada.
Una de las cosas que indudablemente da hoy más fisonomía, más vida de cultura, más intensidad al movimiento intelectual italiano, es la descentralización de su cultura. En una porción de ciudades, no ya grandes, no ya en Florencia, Turín, Nápoles, en ciudades pequeñas, se encuentran siempre algunos hombres que trabajan, hay un núcleo de hombres, ya en literatura ya en ciencias, que tienen una pequeña revista, revista que vive, que se sostiene y en todas partes dicen: “en tal parte está Zutano y en tal otra Mengano, en otra está el de más allá”. Aquí si hay alguien muere en medio de la soledad y de la tristeza, aislado, sin espíritu de solidaridad, sin ambiente de ninguna clase. No puedo creer que no haya aquí, por ejemplo, dos, cuatro, seis, siete personas, ocho, veinte, acaso de buena voluntad, de inteligencia y de un cierto entusiasmo inicial para el estudio de la ciencia, el cultivo de las artes.
Observad, porque eso lo observamos todos, que en cuanto estos hombres han pasado de la cuarentena ya están vencidos, ya están viejos de espíritu, no hacen nada, están completamente tristes, no han sabido unirse, no han sabido tener solidaridad, no se han juntado para hacer una obra común, y, sobre todo, no han encontrado ambiente.
Conviene que os dediquéis a este estudio, debéis crear una especie de ambiente a eso, y si aquí hay una institución de enseñanza o de cultura, y ella por su parte, por una u otra razón, por un peso mortal de tradición, por una inercia de los individuos, no va a vosotros, id vosotros a ella y obligadla a salir de aquí y desamortizar la ciencia oficial. Yo creo que una de las cosas más necesarias es que un día las gentes irrumpan y se metan en las cátedras, hay quien no le gusta, hay quien no tiene un verdadero horror a los oyentes, le vienen a perturbar; pero ¡ojalá que la gente entre en las cátedras, que una porción de gente cambie completamente el curso de lo que se estaba diciendo?
Aquí tenéis una ciudad; esta ciudad es, en mayor o menor grado, una ciudad universitaria, y esa labor de hacer una conciencia colectiva, si a alguien obliga, es precisamente a un centro como este en que estoy hablando; y si el elemento que aquí enseña no tiene ninguna simpatía por el pueblo, acaso por temor, por vergonzosidad y miedo, creo que se le debe obligar a salir de esta especie de torre de marfil en que vive encerrado. Sólo de esta manera, haciendo una obra de cultura, tratando de hacer una conciencia en la ciudad y de hacer cada uno de vosotros una conciencia y darse cuenta de cada cosa, podréis no matar, que eso no conviene nunca, sino encauzar, dar vida a todos esos instintos, a todas esas pasiones, a esa especie de concepción emocional, estética y artística que os habrá llevado alguna vez, acaso, a excesos que han hecho esa especie de noción de la Valencia de los de fuera que como dicen, acaso no es la de vosotros, ni acaso tampoco es la verdadera.
Si con estas cosas puramente descosidas, sin orden, un poco así al desbaste, he conseguido, en uno siquiera de los que me oyen, encender un poco o avivarle un sentimiento que ya tenía, moverle a esta obra, me daré por satisfecho. Si yo volviera a esta ciudad — y ojalá pudiera ser ello —y al volver me encontrara con que había una cierta vida, de otro modo, con que se había desamortizado esta especie de ciencia oficial, que mientras es oficial no es ciencia, creo que diría: “Si en algo, si en las más pequeña partícula pude contribuir en un momento, no a la obra, a excitar a los que estaban dispuestos a emprenderla, me doy por muy bien venido, y por muy satisfecho de haberlos conocido.
(Grande ovación. Los señores que ocupan el estrado felicitan al orador).
El Pueblo, 24 de febrero de 1909.
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