Insertamos, a continuación, la segunda parte de la segunda conferencia que pronunció Unamuno en Valencia. Lo hizo para el Ateneo Científico, pero el acto se celebró en el Paraninfo de la Universidad.
Viajando yo por cierta región de España de las más interesantes y donde la gente es más bravía, le decía yo a uno del país: “Me parece que el elemento ético más importante aquí, es el mosquito”. Dice él: “¿El mosquito?” Digo: “Sí; el mosquito es el vehículo del paludismo y este es un pueblo que está hecho por las palúdicas, es un pueblo de maláricos. Es usted de este país, y con tradición en él, y si no es usted palúdico lo fue su padre, y si no es su padre, fue su abuelo, su bisabuelo”. Y una enfermedad, a mi no me cabe duda y si digo una herejía médica, perdónenmela los médicos, una enfermedad trae una cierta modalidad al espíritu.
Hay una psicología especial, en cada enfermo distinta. Sabe todo el mundo el mal humor que tienen los dispépsicos, la tristeza, por ejemplo, de las gentes que tienen enfermedades del hígado, y lo mismo la tuberculosis que la sífilis o cualquiera otra enfermedad, introducen un tono especial al espíritu, y tal vez el carácter de ciertos pueblos provenga de una enfermedad que ha dominado en ellos durante mucho tiempo y que ha dominado en ellos durante mucho tiempo y que ha acabado por imprimirles ese crácter. Le decía yo a este sujeto: “Este ha sido mucho tiempo un país de maláricos, un país de palúdicos, y eso les ha habituado a una acción intermitente. Hay pueblos en esa región a que me refiero, en que de cada tres días, el obrero sólo puede trabajar uno; los restantes está tiritando con la fiebre. Esta es una pérdida económica enorme, y cuando sale de ese estado de sopor, de esa situación en que está sin hacer nada, es para entrar en una actividad violenta, febril, para recobrar el tiempo perdido, y esto en unos y otros, al cabo de tiempo les ha habituado, sin duda, a esta acción intermitente, y hoy hasta los que no tienen la palúdica, la tienen en el espíritu y son incapaces de la acción continua y lenta””.
Y decía: “No tiene usted más que ver el hombre más característico de esta tierra, la tierra en que yo estaba hablando entonces, Pizarro. Estaba aquí cuidando el ganado tendido debajo de una encina; salió, se fue a América, hizo en el Perú, en poco tiempo, las barbaridades mayores que puede hacer un hombre en tan poco tiempo, lo mataron, como era natural que lo mataran; pero si aquel hombre después de hacer aquellas cosas tan enormes, que demuestran un despliegue de energía humana, como difícilmente se volverá a repetir, vuelve a su tierra, se vuelve a echar debajo de una encina y el resto de su vida lo pasa echando una siesta. No me cabe duda” (Aplausos).
Una psicología muy distinta de la psicología de otros pueblos y no hay que ir fuera de España, los pueblos de España mismo y dispensadme, si esto es un alarde de regionalismo, que yo he demostrado no tenerlo, una psicología muy distinta es la de mi país. Me refiero al país vasco, donde el hombre es lento y es continuo y es terco sobre todo. La virtud mayor que tenemos es la terquedad. El hombre más representativo de la casta, el vasco más típico acaso que haya habido, era, ante todo y sobre todo, un hombre terco.
Es San Ignacio de Loyola quien terco y lento, toda su fuerza estaba sencillamente en su terquedad. Oraba en buena forma, lo hacía todo suavemente; pero terco un día, con paciencia, no cejaba en su labor. Esta acción intermitente, como digo, y vuelvo a recoger lo del principio, se observa en casi todos los pueblos que tienen una naturaleza artística, impresionable. Yo no se si esto tiene cura. Cada uno es como es, y siendo como es, lo único que se debe buscar es sacar de su propia naturaleza, de aquella idiosincrasia particular que tiene, el mayor resultado posible. A mí, por ejemplo, nunca me ha ofendido esa frase que a muchos españoles les molesta, que dice que el África empieza en los Pirineos. No creo que eso es deshonroso, después de todo, considerando que eran africanos San Agustín, Tertuliano, San Cipriano, una porción de gentes que por lo menos tenían energías; creo que es mejor ser africano de primera que europeo de quinta. Lo malo es, acaso, que no somos africanos de primera.
No sé, digo, si este modo de ser impresionable, artístico, esta visión, influye hasta en las gentes, para las cuales existe el Universo visible de fuera, y el Universo interior, el de dentro, apenas existe. Esta gentes aprenden otras terminologías que son más objetivas que subjetivas, más descriptivas que líricas. Yo no sé si esto tiene remedio, ni si se debe remediar siquiera, pero si tiene algún remdio, el remedio que ello pueda tener, es hacer un esfuerzo por dar a la vida un contenido ideal, es decir, expresándolo con su palabra propia, una filosofía.
Y a esto que es artístico, que es formal, hay que darle, como fundamento, como algo fundamental, una verdadera filosofía. Esto es casi una monomanía. Hace ya mucho tiempo, que en distintas formas, no siempre muy claramente, lo reconozco, vengo diciendo en todas partes, y en cuanto tengo ocasión la necesidad de que se haga una filosofía en España, la necesidad de que las gentes tengan una concepción unitaria, de la vida unitaria y conexa que dé unidad y continuidad a la acción, la necesidad de que las gentes se preocupen, como decía un íntimo amigo mío de quien yo aprendí esto, “del principio primero y el fin último de las cosas” y desconfío mucho de todo hombre que se dedica a una acción sobre los demás que no haya pensado nunca de dónde venimos, a dónde vamos, y qué somos en el mundo.
Ahora, siempre que yo he ido con esto, me he encontrado, sobre todo, de parte de los políticos que se han encogido de hombros cuando no han dicho despectivamente en el fondo: “Bueno, esas son filosofías”. Otras veces, pero éstas no son los políticos, éstas son los mentecatos, han dicho: “Esas son paradojas”. Yo digo: “Bueno; ellos siguen su camino, yo sigo el mío”.
Indudablemente, esta falta de filosofía, esta falta de contenido doctrinal elevado, no puramente pragmática, es acaso la causa principal del decaimiento que están sufriendo en España una porción de ideales, sobre todo el ideal liberal. El ideal liberal se acaba. Lo he dicho antes de ahora y no hace mucho todavía. Hubo alguno de esos que se llaman liberales, es decir, los liberales de partido, los que están encasillados como a tales, que ordinariamente son liberales de ‘bula’, que ha fingido escandalizarse, y decir que son locuras, y luego, en particular, me lo han reconocido y dicho: «Tiene usted razón; lo que muere en España es el liberalismo. Eso se está acabando en las generaciones que vienen. Da una verdadera tristeza ver en qué situación de espíritu se presentan».
Casi todos los muchachos que yo conozco, y conozco bastantes, que he tratado de sondar sus aspiraciones, sus ambiciones (y el hombre que no tiene ambición, no es hombre) he visto que se limitan a ser diputados provinciales para coger una heredera rica: de ahí no pasan.
Y muertos por falta de contenido doctrinal, por falta de haber tenido una filosofía, una concepción total del mundo de donde derivar doctrinas; moribunda esta doctrina, se trata muchas veces de sustituirla con algo que es emocional, que acaso pasional, pero que no tiene contenido alguno, con una cosa que se llama radicalismo y que es puramente forma, que es una cosa sin contenido de ninguna clase, que lo mismo puede tener color blanco, que rojo, que negro, que amarillo. yo he conocido gente que ha pasado de lo que vulgarmente se llama misticismo (el misticismo es otra cosa) en cuatro días al anarquismo, y luego ha dado la vuelta. Bueno, no me ha chocado, es exactamente la misma cosa; y es que realmente los que de vosotros hayáis tratado a uno de estos anarquistas de buena fe, que son la mayoría, entusiastas, habréis visto que es una especie de místico exaltado; empieza por tener sus dogmas y unos dogmas extraordinariamente cerrados. Yo viajaba una vez con uno; el hombre, con ese afán de crear prosélitos, como un mentor, que no me parece mal, trataba de convencerme. Tanto hizo, que no puede menos de atajarle: «Hombre, no podemos entendernos. Usted parte de un postulado y el de la acera de enfrente a usted (yo no soy de la acera de enfrente, por supuesto), parte de otro, y yo por tener un postulado también tengo el mío. ¿cuál es? Usted parte del postulado de que el hombre nace bueno y la sociedad le hace malo: la bondad nativa del hombre; el otro parte del postulado de que el hombre nace malo y la gracia del bautismo le hace bueno (cuando le hace); y yo por tener mi postulado, tengo el mío, y es que el hombre nace ni bueno ni malo, sino que nace tonto; algunas veces deja de serlo, de ordinario continua tonto toda la vida» (Risas y aplausos).
Pero después de todo, aún cuando sea errónea la creencia en una bondad nativa del hombre, es una fe y una fe es lo que da verdadera unidad y verdadera fuerza a la vida, sea la que fuere. La cuestión es tener una fe, y esta gente tiene la fe en la bondad del hombre, y yo he pensado muchas veces: si con todo ese entusiamo, con toda esa fe en su postulado, no demostrado y acaso indemostrable, se pudiera hacer que este pueblo tuviera un sentido de continuidad, de paciencia, y se dedicara a estudiar y a tener una concepción total de las cosas ¿cuánto no podría hacerse? Y finalmente se está haciendo porque el afán de instruirse es sobre todo en las clases populares, en España cada vez más, mucho mayor que en las clases altas y sobre todo en las clases que han pasado por Institutos y Universidades. Allí, y lo digo yo, que soy del oficio, por regla general, lo que se les hace es cobrar avorrecimiento al estudio. Yo he visto obreros encima de un libro que apenas lo entienden mal. No importa, siempre se saca algo, por poco que parezca que se entienda.
Yo tengo un amigo pintor que dice que le gusta leer libros que no entiende, porque suple las cosas, y se imagina lo que dirá, pero cuando entiende bien como el libro lo dice, a él no le queda nada.
Lo malo no es esta gente, lo malo es la gente de carrera porque cuando me hablan de analfabetismo siempre suelo decir: «lo malo no es los que no saben leer y escribir. Lo malo son los doctores analfabetos, y hay muchos, yo conozco a muchos, que saben leer y escribir, pero es como si no supieran, exactamente igual».
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